OPA
Estoy segura de que, hasta hace muy pocos días, la inmensa mayoría de nuestro pueblo, de natural ingenuo y bonachón, habría reaccionado con satisfacción y hasta entusiasmo si alguien se le hubiera acercado esgrimiendo la siguiente propuesta: "Te voy a hacer una OPA como una casa". En primer lugar, por absoluta ignorancia del asunto, y en segundo término, porque siempre es agradable que te hagan algo, en tiempos atribulados como éstos en que todos vamos de aquí para allá y de allá para acullá sin detenernos más que lo justo para comprar cupones de la ONCE y leernos las instrucciones del software, sin reflexionar apenas acerca del sentido de nuestras vidas y faltos de comunicación con todo lo que no sea la gente que sale en el telediario y los dependientes del vídeo-club más cercano.¡Una OPA! En la edad de nuestra inocencia, es decir, cuando aún desconocíamos el sentido de tal ominosa sigla, hubiéramos podido fantasear sobre su contenido, otorgando a cadaletra una profunda significación: Oh Prenda Ámame, Osada Pasión Acuciante, Orgasmo Peculiar Acreditado, Oro Para Apabullarte, Omar Pecaba Así, Obras Palpables al Atardecer, Orejas Prestamente Ardorosas, Otro Pilón Agradecido... Una OPA hubiera podido ser muchas cosas, y casi todas buenas. Una esperanza, desde luego, para el hombre y la mujer corrientes. Algo así como lo del bono del metro-autobús: móntate en más por menos.
Pero al comer la fruta del árbol prohibido, al entrar en el conocimiento del bien y del mal gracias al apasionante asunto del Banco de Bilbao y el Banesto, ya no podremos ponernos tontos en el caso de que alguien nos haga una OPA con todas las de la ley. Pues se estarán refiriendo a nuestras propiedades, a nuestras acciones, a nuestro pecunio, y no a nuestro cuerpo serrano, personal gracejo o donaire almizclero. Una OPA, ahora lo sabemos, se interesa por el capital, lo hace públicamente -con el consiguiente bochorno- y hasta puede resultar hostil.
No digan que no es deprimente.
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