Nuevo clima árabe
EL ATAQUE de un comando suicida palestino contra un cuartel en el norte de Israel, que causó la muerte de seis militares, es la operación más seria realizada desde el territorio libanés contra instalaciones milita res israelíes. Sin embargo, todo indica que se trata de un golpe aislado que no podrá tener otras consecuencias que eventuales represalias del Ejército de Israel. Y el fortalecimiento en este país de las corrientes ultras, contrarias a cualquier solución negociada del problema palestino. Ataques a la desesperada de ese género, por aparatosos que sean, no parecen corresponder a la actual orientación de la OLP, que, sin renunciar en principio a la lucha armada, encuadra cada vez más su estrategia en el marco de la Liga Árabe. En la reciente cumbre de Amman, Arafat y la OLP fueron reconocidos, una vez más, como "únicos representantes" del pueblo palestino. Pero ello no puede disimular el hecho de que en esa reunión de Amman quedase patente que la causa palestina ya no parece ser el asunto central que apasiona al mundo árabe.Los esfuerzos de la Liga Árabe por cohesionar sus filas se deben sobre todo al deseo de hacer frente al peligro que representa Irán, y que que se materializa, en el terreno militar, en la guerra contra Irak y en las operaciones en el Golfo, pero que tiene también otro aspecto más ideológico, más difuso, a través del integrismo islámico que se extiende en diversos países, concretamente en el norte de África. Esta evolución de los países árabes se ha traducido, de modo visible, en el cambio radical que se ha operado en las relaciones con Egipto. No hubo en Animan, a causa de la oposición siria, un llamamiento al reingreso del Gobierno de El Cairo en la Liga Árabe, pero la decisión de dejar a cada país que restablezca sus relaciones diplomáticas con Egipto ha tenido efectos rapidísimos. En el plazo de una semana, nueve Estados árabes -Arabia Saudí, Kuwait, Marruecos, Irak, Yemen del Norte, Emiratos Árabes Unidos, Bahrain, Qatar y Mauritania- han abierto de nuevo sus embajadas en la capital egipcia.
Es casi simbólico que esta reanudación de las relaciones con El Cairo tenga lugar en el décimo aniversario del viaje del presidente egipcio Sadat a Jerusalén, que representó uno de los virajes políticos más espectaculares de las últimas décadas. Ese viaje abrió el camino al tratado de paz firmado por Israel y Egipto en 1979, lo que provocó q1a ruptura de relaciones de El Cairo con casi todos los países árabes. Estamos ahora en otra situación: la reapertura de las embajadas ha sido motivada primordialmente por la necesidad de consolidar la fuerza, la cohesión del mundo árabe frente a los planes expansionistas del ayatolá Jomeini.
Egipto, con mas de 50 millones de habitantes, es, incluso en un sentido directamente militar, un posible baluarte para la seguridad de los países árabes. Antes de que tuviese lugar la reanudación de relaciones diplomáticas, el país del Nilo había aportado una asistencia militar a Irak en su guerra contra Irán. Había prestado asimismo ayudas de ese género a otros Estados de la zona del Golfo, y una misión militar egipcia de alto nivel ha visitado Kuwait, sin duda para ampliar la cooperación en ese terreno.
La reapertura de las embajadas no implica solamente, por otra parte, una satisfacción sólo moral. En el plano económico, diversos Estados árabes, como Kuwait, han hecho inversiones importantes en la industria de guerra de Egipto. Teniendo en cuenta la situación angustiosa por la que atraviesa la economía egipcia, los créditos e inversiones de Estados del Golfo revisten un gran valor. A la vez, en el terreno político, el integrismo islámico -principal amenaza para el presidente Mubarak- ha explotado a fondo el hecho de que Egipto estaba aislado del conjunto de los países árabes a causa de su traición de 1977. Ahora, al reabrirse las embajadas ese argumento queda desmentido.
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