¡Fuego el Museo del Prado!
Llego, todavía renqueando algo, con una sola muleta, al salón. Son las nueve y media de la mañana. Mi butaca. Me siento, aún con cierta dificultad. Cae la tarde. Entra, pronto, la noche. Un ficus de hojas verde oscuro, lustrosas, me mira fijamente. También, a su lado, una palmera. Plantas de interior. Las dos me observan fijas, desde hace mucho tiempo. No las odio, pero sí su fijeza.-¡Eh! Venid las dos a sustituirme en mi butaca. Ahora os toca a vosotras ser yo.
Apenas lo hacen, paso al sitio en donde estaban ellas. Bueno. Mañana me regarán un poco, como a maceta de salón. Ya puedo mirar al ficus, hundido en mi butaca. Detrás de él se abre la palmera. Me reposa verme del otro lado, ocupando el lugar de ambas.
Ha pasado ya un día. Ahora ha entrado de nuevo la noche. Se han apagado de nuevo las luces. No se ve absolutamente nada. Pero me llega, de pronto, una voz. Mejor, un largo, alarmante, angustiado grito:
-¡Fuego en el Museo del Prado!
¿Habré escuchado bien? Nadie repite nada. Pero yo lo he oído perfectamente. Y dentro de mis oídos lo oigo de nuevo, repetido de cuando en cuando y con cierta cadencia:
-¡Fuego en el Museo del Prado! ¡Fuego en el Museo del Prado!
¿Será otra vez la guerra? No es posible. Entonces cayeron bombas, que no estallaron, sobre la sala de Velázquez, ya evacuados los cuadros en los sótanos del museo.
Conté ya varias veces que estuve allí, que entré en él, iluminado por una linterna que me había regalado un minero asturiano. ¿Pero qué pasa ahora? ¿Fuego de nuevo en el Museo del Prado? En España todo es posible. ¿No ha desaparecido en estos días un cuadro, que luego fue encontrado en el WC del propio museo? Comprendo que los Greco hayan intentado huir invadiendo las salas de Velázquez, pero también que los soldados de Las lanzas han querido oponer resistencia, y que Los fusilamientos del 3 de mayo y La carga de los mamelucos, de Goya, han decidido marchar, como la otra vez, para Valencia.
¡Fuego en las salas del Museo del Prado!
¿Es que no hay nadie? Corro yo sólo para apagarlo. Pido auxilio, antes que a otros, a la gente popular y verbenera del mismo Goya, y sobre todo a los personajes de su pintura negra, que no han podido ayudar en nada, pues los empotraron tanto en la pared que no les fue posible desprenderse de ella.
¡Qué espectáculo el de las anchas diosas mitológicas de Rubens, conducidas por Las tres gracias, corriendo hacia las dos puertas de salida del museo, mientras que, arriba, los Patinir, los Brueghel, los Jerónimo Boch, los Durero, abren las ventanas para no morir asfixiados por el humo...!
¡Fuego en el Museo del Prado!
Durante los más agudos días de la defensa de Madrid, aunque el peligro era inmenso, las más grandes obras maestras de la pintura universal, perfectamente embaladas, por los técnicos del museo, salieron en la más profunda oscuridad de Madrid, camino de Valencia. ¡Oh, aquella maldita noche en que comenzó un intenso cañoneo cuando Las meninas y el Carlos V en la batalla de Mühlberg, de Tiziano, esperaban salir, detenidos ante la puerta de nuestra Afianza de Intelectuales! También empezó a llover, mientras esperábamos para escoltar las obras a unos milicianos motorizados del V Regimiento. ¡Terrible noche aquella sin sueño! Hasta llegar el momento en que, por la mañana, el ministro de Bellas Artes, José Renau, nos anunció, desde Valencia, la llegada de los dos maravillosos cuadros.
Bien es verdad que aquella operación de salvar el museo de las llamas de la guerra, en un Madrid casi cercado, fue arriesgada, peligrosísima, pero ahora...
¡Fuego en el Museo del Prado!
Hay una gran algarabía entre los cuadros de Zurbarán, aterrados de ennegrecer de hollín la maravilla, de sus blancos. Y a todo esto, La dama gris, de Tintoretto, lucha por salvar de toda quemadura sus altos senos marvillosos; como también la Judith del mismo autor aprovecha la confusión, para arrojar al fuego la cabeza de Holofernes, recién decapitado. Y aún del mismo Tintoretto, se vio a la bella e impúdica mujer de Putifar metiéndose en el lecho al casto José, violándolo entre las llamas, mientras los príncipes cazadores de Velázquez disparan sus escopetas, y sus perros alanos y mastines corren disparados hacia las escalinatas que van a dar a la plaza de Neptuno.
¡Adiós a aquella ilusión mía de "soñarme siquiera un olvidado / Alberti en los rincones del Museo del Prado"!
Jamás pinacoteca alguna ha pretendido arder con más ímpetu. Pero una noticia a destacar es que no ha habido ningún robo, ninguna agresión especial a los cuadros, ordenados en doble fila, desde la puerta de Velázquez hasta la plaza de Atocha, esperando su reingreso en el museo para volver al exacto puesto donde estuvieron colocados. Sólo puede lamentarse el cuadro desaparecido y encontrado en el WC.
Se dice ahora que para el sábado, después de 11 días de clausura, el Museo del Prado abrirá sus puertas, sobre todo para un grupo de japoneses, llegados de tan lejos. Ni que decir tiene que los trabajadores del Prado deben conseguir todos los objetivos planteados en su huelga.
Esta breve crónica no ha sido escrita por mí, sino por el ficus y la palmera del salón en donde continúo esperando vuele pronto, como antes, mi jubilosa pierna agrietada, mientras de tanto en tanto siento el agua benéfica de un jarrón, de cristal, llovido de la mano suave de mi sobrina.
¡Fuego en el Museo del Prado! ¡Atención!
Como protesta contra lo sucedido y que aún puede, de pronto, volver a suceder, firman en nombre de los intelectuales, escritores, poetas, músicos y pintores: Rafael Alberti, Rafael Alberti y Merello, Rafael Alberti, Merello y Sánchez-Bustamante, Rafael Alberti, Merello, Sánchez-Bustamante y Sanguinetti, Rafael Alberti, Merello, Sánchez-Busta-mante, Sanguinetti y Sabina... (siguen las firmas).
"¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía / pinares en los ojos y alta mar todavía / con un dolor de playas de amor en un costado, / cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado".
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