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Desencanto y miedo de los intelectuales soviéticos

Debate en la Casa de los Literatos de Moscú sobre el futuro de la 'glasnost'

Pilar Bonet

Un fantasma había penetrado en los vetustos y confortables salones forrados de nogal de la Casa de los Literatos de Moscú el pasado lunes por la noche. Dentro del programa cultural de la organización se celebraban dos veladas paralelas: una, dedicada a un polémico artículo literario sobre el estalinismo, y otra, al "nuevo pensamiento político y el mundo moderno". Una multitud que en parte no era portadora del carné de socio se apretujaba hasta la asfixia en la puerta de las dos salas repletas.

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Los ponentes, personajes conocidos como el escritor Yuri Kariakin, experto en Fedor Dostoievsk¡, o el economista Nikolai Shmelov, del Instituto de Estados Unidos y Canadá, tienen poder de convocatoria de por sí, pero el verdadero motivo de la afluencia tiene otro nombre: el de Boris Eltsin, cuyo destino era tema casi exclusivo de todas las conversaciones en los pasillos y en los bien provistos bares de la organización.En el aire flotaba un perfume nuevo y viejo a la vez. Era una mezcla de desencanto y de miedo a un cambio de signo de los tiempos y a la muerte de la glasnost, la política de transparencia informativa emprendida por Mijail Gorbachov. Algunos de los que tomaron la palabra, respetables escritores, en muchos casos abuelos, hablaban ya como en un funeral, cuyo origen está en el tono agresivo de la condena que Eltsin recibió en el pleno municipal del partido la semana pasada.

La idea de que hay que continuar diciendo lo que se piensa y luchando contra la resistencia institucional salió triunfante del debate donde intervenía Kariakin, cuyo artículo dedicado a Andrei Zdahnov, el responsable de la política ideológica de Stalin tras la II Guerra Mundial, era el instrumento utilizado para realizar analogías con la actualidad.

Los intelectuales soviéticos han heredado de los pensadores y la inteligentsia rusa del siglo XIX el gusto por la discusión amplia, donde se trata de calificar el comportamiento colectivo de la sociedad a veces en tonos grandilocuentes y hasta patéticos.

El debate del lunes era un ejemplo de ello. Costó iniciarlo. Nadie quería tomar la palabra en la sala donde estaba Kariakin. "El silencio refleja el mal humor general por la suerte de la glasnost", decía Antón Sajarov, el escritor entrado en años que dirigía la sesión.

Poco a poco surgieron las quejas: la serie televisiva La revolución continúa, emitida para el 70º aniversario de la revolución, había sido mutilada. Un vicepresidente del Gosplan había informado a los periodistas sobre las subidas de precio, pero les había prohibido publicarlo. Eltsin era un tema recurrente.

Las comparaciones entre el estalinismo y el momento actual se repetían. Las diferencias eran claras: "Pagamos con los nervios lo que nuestros antecesores pagaron con su sangre".

"La resistencia de la burocracia se ha unido a la pasividad de la clase obrera", dijo uno. Ante la tesis de que "Eltsin ha ido al sacrificio" intervino Yuri Afanasiev, director del Instituto de Archivos Históricos, según el cual se puede ser Quijote, kam¡kaze o "ir al sacrificio", "pero a ser posible con los ojos abiertos".

Afanasiev dijo que el pleno de la organización municipal del partido "es un testimonio evidente" de que el sistema no está interesado en que se vea hasta qué punto llega el estado febril.

El peligro de la verdad

"Decir la verdad es peligroso", señaló Yuri Afanasiev, quien rechazó, sin embargo, la alternativa de "volverse más precavido" ante la resistencia al cambio. Refiriéndose a la "tristeza y dificultades" que se experimentan en la actualidad, afirmó que había que ir poniendo ladrillos en la construcción de un sistema que reemplace a la actual pirámide.Entre los aplausos que corearon su intervención estaban los de Ana Mijailovna, la viuda del dirigente comunista represaliado en los años treinta Nikolai Bujarin, cuyas expectativas de ver rehabilitado a su esposo no se han cumplido.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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