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Una voz desde el futuro

En virtud de un derecho que nadie le niega, Elem Klimov se ha convertido no sólo en voz natural del actual proceso de apertura del cine soviético, sino en garantía de que esa apertura no es una apariencia engañosa.Ha jugado tan fuerte Klimov en su apuesta por la independencia de los creadores de cine soviéticos que el suyo es uno de esos caminos que no tiene vuelta atrás. No habla en vano, no puede hacerlo: sus lacónicas palabras se apoyan en la elocuencia de sus obras y las de algunos de sus colegas, y por ello tienen duros cimientos y no son, no pueden ser, palabrería.

En este momento Klimov puede ejercer con gallardía el siempre equívoco oficio de embajador, aunque sólo sea a título provisional, del cine de su país. ¿Por qué? La respuesta está, durante estos mismos días, en las pantallas de las salas Renoir de Madrid, detrás de él, hablando por él.

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En estas pantallas no sólo está presente el rescate del gran cine revolucionario de los años inmediatamente posteriores a Octubre, antes de que esta mayúscula palabra fuera pisoteada por Stalin, sino también el rechazo del cine domesticado que le siguió y, sobre todo, la luz verde para las gotas de cine indómito que se escaparon por entre las rendijas de la burocracia soviética en los últimos años y que ella misma se encargó de esconder bajo tierra.

Buen oficio el de desenterrador de la libertad, que hoy preside el trabajo diario de Klimov en la Unión de Cineastas Soviéticos, y cuyo ejercicio le mantiene apartado mientras tanto, por decisión propia, del cine activo. Pero mejor oficio es ayudar a sembrar libertad en el cine futuro de su país, una siembra que llega avalada no sólo por sus películas -no hay duda de que Ven y mira y Adiós a Matiora es cine del futuro-, sino por las películas de cineastas de la talla de Alexei Guerman, Nikita Mijalkov, Andrei Tarkovski y otras puntas de un movimiento histórico irreversible de recuperación de la identidad, no sólo del cine ruso, sino del cine europeo, el nuestro incluido.

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