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Centroamérica: antecedentes de una paz

Desde la firma del acuerdo de Esquipulas 2 hasta la concesión del Premio Nobel al presidente Arias, he esperado un análisis de conjunto de la situación centroamericana. Durante todo este tiempo pospuse la publicación de mi propia visión del problema, en la convicción de que otros lo harían de inmediato, tal vez con más argumentos de los que yo podría aportar. El artículo Una reflexión sobre la paz en Centroamérica, firmado por Jordi Solé Tura y aparecido en EL PAÍS del miércoles 14 de octubre, abrió el fuego sobre el tema, pero no, como era de desear, para aclarar y hacer toda la historia que hay que hacer cuando se está frente a una vuelta -que no un cambio- de la envergadura de la que presenciamos.El texto del profesor Solé Tura parece referirse a una geografía sin pasado, a unos gobiernos sin otro compromiso ideológico que el que implique el alcanzar para sus países una democracia de modelo europeo, a unos Estados Unidos que jamás, hasta Ronald Reagan, han atravesado experiencias de guerra neocolonial como las de Corea o Vietnam, y, sobre todo, a un Frente Sandinista cuyo propósito al día siguiente del derrocamiento de Somoza hubiese sido la instauración de un régimen pluralista y de libre empresa. U olvida Solé Tura, u olvidan quienes hablan desde el poder, por mermado que esté, en Centroamérica, los sandinistas en primer término.

La teoría que sostiene el ilustre intelectual catalán se resume en las siguientes frases, que reproduzco textualmente: "...la estrategia puesta en marcha y aplicada a fondo por la Administración Reagan consistió en la militarización a ultranza de los conflictos de la zona. El resultado ha sido una tremenda distorsión de las economías de todos los países centroamericanos y un agravamiento de sus problemas sociales hasta límites insostenibles... La militarización ha roto todos los circuitos económicos tradicionales, ha descapitalizado a estos países, ha agravado las diferencias sociales y ha colocado a todos los gobiernos implicados ante una alternativa clara: o se superaba la espiral de la militarización y la guerra o se hundían todos en una crisis que sólo podía terminar en catástrofe colectiva... Reagan lo jugó todo a una sola carta, la carta militar. Su presión fue tan fuerte que algunos sectores de la jerarquía eclesiástica y de la Prensa entraron en el juego de la confrontación militar, que sólo podía significar el apoyo a la contra, elemento central de la estrategia norteamericana. Pues bien, el Gobierno sandinista ha aguantado la presión militar, y la contra no ha podido obtener ningún éxito significativo ni consolidarse como una auténtica fuerza en el interior del país". De lo cual concluye el autor que la Administración Reagan "se ha quedado sin alternativa política porque ha desautorizado y desprestigiado a la oposición política interna. Y ahora intenta recuperar a la contra como fuerza política, forzando una negociación política de ésta con el Gobierno sandinista. Pero el hecho es que una fuerza derrotada, carente de prestigio, montada y sostenida por el propio Gobierno norteamericano y sin arraigo en el país, no puede imponer sus condiciones políticas, y sólo puede negociar su propia rendición".

Hasta aquí, Solé Tura.

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Pero la memoria revela otras cosas, y el sentido común unas cuantas más. En primer lugar, respecto de la militarización de conflictos por parte de Estados Unidos. Como se recordará, la política general de la Administración Kennedy difería notablemente de la de la Administración Reagan, hasta el punto de determinar que su apoyo a la invasión de Bahía Cochinos fuese lo bastante tibio como para decidir su derrota. Pero las aspiraciones pacifistas de Kennedy no bastaron a detener la débâcle de Vietnam, y fue durante su Gobierno que Estados Unidos entró de lleno en ella. Simplemente, cuando no basto el combate entre vietnamitas comunistas y anticomunistas, porque éstos corrían el riesgo evidente de ser arrasados, el Ejército americano intervino directamente. Si la contra nicaragüense estuviese en idéntico peligro, ¿qué impediría una intervención directa de Estados Unidos en Centroamérica?, ¿la Unión Soviética? ¿Cuba? La militarización no es la política de la Administración Reagan, sino el resultado necesario de un proceso consustancial a los vínculos internacionales de tipo neocolonial. En el mismo sentido, cabe apuntar que, planteadas las cosas como hasta ahora, la paz no es el producto de un noble acuerdo de voluntades, sino de una profunda alteración en la relación de fuerzas entre las partes en pugna, del desastre de alguna de ellas.

La memoria dice, en segundo lugar, que las economías centroamericanas estaban distorsionadas mucho antes de que el presidente Reagan llegase siquiera a la gobernación ole California, mucho antes de que los hermanos Kennedy llegaran siquiera a la Universidad. Son economías distorsionadas desde el nacimiento mismo de las naciones de la región, cuyos Umites fueron trazados por el avance de la dependencia y por sus diferencias en la producción de materias primas para un solo mercado. Y el único circuito económico tradicional en la zona, el de la venta de esas mismas materias primas y la magra adquisición de productos manufacturados, donde se ha roto, no se ha roto por la militarización, sino por el desarrollo interno del comprador principial, Estados Unidos.

La memoria dice, en tercer lugar, que las diferencias sociales, el hambre, la enfermedad, el atraso, los conflictos, eran ya insostenibles hace dos, tres, cuatro décadas, cuando surgieron los movimientos guerrilleros que hoy negocian allí, en Guatemala, en El Salvador, en Nicaragua, donde ya no había capitalización posible. La memoria dice, por último, que el Frente Sandinista no derroca aSomoza para hacer las cosas que ahora está haciendo, sino para establecer un régimen de otro modelo, quizá. semejante al cubano, quizá propio, pero en ningún caso de libre empresa, en ningún caso fundado en otra pluaralidad política que la que representarán las distintas tendencias dentro del propio aparato de la revolución.

De todo lo cual el buen sentido desprende que si hoy Daniel Ortega negocia con Violeta Chamorro y con monseñor Obando, es porque el sandinismo ha sido derrotado militarmente en toda la línea. Porque si "algunos sectores de la jerarquía eclesiástica y de la Prensa", justamente los que acabo de: mencionar, "entraron en el juego de la confrontación militar", no lo hicieron a pesar de la contra sino apoyándose en la contra, creada y sostenida precisamente con ese fin. El buen sentido indica también que, de haberse impuesto militarmente, de: haber "aguantado la presión militar", Daniel Ortega estaría en estos momentos conversando con Ronald Reagan.

Lo que hoy se abre para los pueblos de Centroamérica es una posibilidad de democracia, pero no como consecuencia de un triunfo del sandinismo, sino, precisamente, como consecuencia de su fracaso.

Ahora bien: la democracia requiere financiación. Al final de: su artículo, Solé Tura menciona "la necesidad de una especie de Plan Marshall para Centroamérica", necesidad planteada en una reunión que sobre el tema ha tenido lugar en Lima. De buenos deseos está erapedrado el camino de las dictaduras. ¿Sobre qué base material, es decir, industrial, de tecnología agrícola y ganadera, científica e intelectual, resultan válidas inversiones del tipo de las que supondría "una especie de Plan Marshall"? Centroamérica no es la Europa de la posguerra, carece de toda herencia. ¿Es viable la democracia en naciones de economía distorsionada, descapitalizadas, con graves diferencias sociales, al borde hasta ahora de una catástrofe colectiva, suponiendo que no sean índices de catástrofe los 50.000 desaparecidos de Guatemala o los 38.000 de El Salvador o las largas décadas de guerra civil solapada que allí se viven?

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