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El espía Casey y el reportero Woodward

El último libro del célebre periodista norteamericano descubre la actuación de la CIA como un Estado dentro del Estado

Francisco G. Basterra

Es un reportero. Se llama Bob Woodward, su pasión por el trabajo ha reventado dos matrimonios y no escribe un libro por menos de un millón de dólares; pero también vende más de un millón y medio de ejemplares. Hace 15 años, junto con otro periodista, Carl Bernstein, y el empuje de su periódico, The Washington Post, acabó con un presidente, Richard Nixon, y ahora ha puesto al descubierto, en su libro Veil, la actuación de la CIA como un Estado dentro del Estado en la Administración de Reagan.

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Woodward, 44 años, el periodista de investigación más prestigioso de Estados Unidos, ha escogido para su último best seller la figura de William Casey, el auténtico creyente en la revolución Reagan, el espía, financiero y confidente del presidente, que hizo todo lo posible para que esa revolución pasara de la retórica a la acción.Veil, nombre en clave que se da a una operación encubierta, describe brillantemente lo que eufemísticamente se conoce como la comunidad de inteligencia de Estados Unidos.

Es la CIA de Casey, donde, según escribe Woodward, "mentir no era nada, incluso mentir en público o bajo juramento era quizá insignificante comparado con los riesgos que había asumido la fuente, a la que siempre había que proteger".

Casey, el superespía de Reagan, que había hecho millones en Wall Street después de haber espiado contra Hitler, murió de un cáncer cerebral el pasado 6 de mayo, antes de declarar ante los comités de investigación del Congreso lo que sabía realmente sobre el Irangate y las andanzas del héroe Oliver North.

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Casey, y en esto también acompañó la suerte a Reagan, se llevó sus secretos a la tumba. Pero antes de morir aceptó hablar con un enemigo, Woodward, porque sabía que estaba preparando un libro sobre su CIA.En Veil, que ha tenido una tirada de 500.000 ejemplares en su primera edición, Casey cuenta que Ronald Reagan es perezoso intelectualmente, no se fija en los objetivos, reflexiona poco y, en definitiva, su único talento es memorizar un guión.

Revela Woodward que Casey contrató operaciones secretas con Arabia Saudí, incluido un asesinato frustrado contra el líder radical shií Faddallah, dirigente de Hizbollah en Beirut, que costó la vida a 80 personas inocentes y no alcanzó a su objetivo. También afirma que el ex presidente libanés Gemayel y el presidente salvadoreño José Napoléon Duarte estuvieron en algún momento en la nómina de la CIA. Y que Reagan autorizó con su firma la creación de comandos para golpear preventivamente al terrorismo en Líbano.

El libro de Woodward, un periodista obsesionado por chequear cada dato, una docena de veces si es necesario, concluye con una dramática entrevista de cuatro minutos y 19 palabras con un moribundo Casey.

"¿Usted siempre supo del desvío de dinero a la contra?, pregunta Woodward. "Sacudió su cabeza con fuerza hacia arriba. Miró fijamente y finalmente inclinó la cabeza en sentido afirmativo. ¿Por qué? Yo creía. ¿Qué? Yo creía. Luego cayó dormido y ya no pude preguntarle más".

Este final dramático, para algunos novelado, y el hecho de que muchas de las historias del libro no aparecen suficientemente documentadas -siempre Woodward cubre a sus fuentes- han levantado una enorme polémica sobre Veil. La viuda de Casey, Sophia, le devolvió sin abrir el libro. "Nunca entró en el hospital y nunca logró esta confesión. Mi marido no podía hablar. Estaba completamente paralizado de su lado derecho". Woodward defiende que es verdad.

Woodward, que recibió el Pulitzer por el Watergate, habló más de 48 veces con Casey. En su despacho, en su avión particular, en su casa, en cócteles en Washington, en otras partes del país, a veces por teléfono. Lo único que le pidió es que no utilizara las conversaciones -algunas, puras broncas en las que gritaba al periodista- para sus artículos en el The Washington Post. "Sólo para el libro".

Relaciones complicadas

"Fue una de las relaciones más complicadas que he sostenido", dice Woodward de sus contactos con Casey. "Era intrigante, una figura interesante, y de alguna forma tienes que desaprobar muchas de las cosas que hizo, pero valía más que todos. Quiero decir que era un director de la CIA dedicado, trabajaba todo el tiempo y tenía una serie de creencias". De hecho, se dice que, mediante Woodward, Casey estaba dictando su testamento histórico. Y el ex director de la CIA no queda tan mal parado.La comunidad de inteligencia y el propio presidente también ha arremetido contra Woodward y el libro, denunciándolo como "una cantidad exagerada de ficción sobre un hombre que era incapaz de comunicarse y ahora es citado como si no hiciera otra cosa que contar lo que se le pasaba por la cabeza".

A Woodward, que es director adjunto del The Washington Post, no parecen importarle demasiado estas críticas.

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