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Mark Rothko, una privilegiada presencia en Madrid

Uno de los protagonistas más sobresalientes de la llamada escuela de Nueva York y, sin duda, uno de los más grandes pintores de este siglo, Mark Rothko, tiene actualmente una presencia privilegiada en Madrid.Por una parte, en la Fundación Juan March se exhibe una retrospectiva muy amplia de su obra, procedente de la Tate Gallery de Londres, con más de medio centenar de obras representativas de todas sus etapas; por otra, en la sede madrileña de la Fundación Caja de Pensiones hay ahora otro conjunto de obras de Rothko en la muestra titulada Profecía y transformación, donde el pintor norteamericano convive con el alemán J. Beuys y el francés Y. Klein.

Emigrante ruso que se instaló en Estados Unidos en 1913, Rothko se trasladó a Nueva York en 1923 con la intención ya de ser pintor. Fue, no obstante, en los años cuarenta cuando comenzó a madurar su estilo personal, que cuajó definitivamente entre 1950 y 1970, año en el que se suicidó en su estudio neoyorquino.

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La escuela de Nueva York, un marco más que un estilo

El color es el campo expresivo de acción de Rothko. El pintor interpreta el color a través de planos superpuestos y un fondo atmosférico envolvente, casi mágico, logrado por la acción sorda de un contraluz que emerge desde las profundidades del cuadro.

Un sentido místico visionario que enlaza con la tradición romántica del Norte, la protestante, crea en sus telas un aire de intensidad trágica tanto más efectiva cuanto que Rothko se fue despojando de cualquier elemento anecdótico hasta casi quedarse solo, al final, con la luz, transfigurada en grises y marrones separados, el cielo y la tierra. La última visión antes de la muerte.

Dentro de las diversas tendencias desarrolladas por la primera generación de la escuela de Nueva York, el estilo de Rothko estuvo más próximo al de Newman, Still y Reinhardt, todos ellos preocupados por valorar el color como principio esencial de la pintura, una pintura que ya no quería expresarse con elementos extraños a si misma. Rothko, sin embargo, frente a la plenitud de Newman y Reinhardt o el dramatismo violento, más físico, de Still, se asfixiaba ante lo demasiado limitado, preciso. Sus atmósferas cromáticas son estados de intensidad y concentración que deben inspirar lo infinito o absoluto, una búsqueda del más allá.

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