Una idea de Europa
EL DISCURSO con el que Felipe González inauguró recientemente en Florencia el curso académico del Instituto Universitario Europeo es un buen exponente de las preocupaciones actuales del presidente del Gobierno español sobre el proceso de unidad europea. Desde hace algún tiempo, González viene señalando de manera reiterada en distintos foros los impedimentos que, a su juicio, pueden desnaturalizar el contenido de proyecto europeo definido por el Acta única para 1992. El más grave sería la consolidación en el seno del mercado único de la CE de dos tipos de países: los que aportan, sobre todo, masas de consumidores, y los que dominan los procesos productivos, controlan los capitales e impulsan el desarrollo tecnológico.Para España, su integración en la CE se justifica porque la apertura de fronteras y la ampliación de espacios económicos que ello supone van a contribuir a su estabilidad democrática y a su bienestar. La importancia de lo que España se juega en su envite europeo ilumina con meridiana claridad el tesón puesto de manifiesto una y otra vez por el presidente del Gobierno -su conferencia en Italia es en este aspecto una más- para que la construcción de Europa llegue a buen puerto, en tiempo útil y en coherencia con los objetivos propuestos. Y es que la idea de la unidad europea es lo suficientemente ambigua como para que todos se adhieran a ella, pero su realización práctica puede ser diversa, y de hecho unos países y otros pugnan por modelos diferenciados según sus intereses. En Florencia, González ha puesto en duda tanto la capacidad de los instrumentos actuales con que cuenta Europa para llevar a la realidad el modelo que España propugna como la voluntad política puesta por algunos al servicio de esta tarea.
El presidente del Gobierno no quiere que el espacio común europeo que define el Acta Única quede convertido en una mera zona de libre cambio, como algunos más o menos oscuramente pretenden. Si la idea de Europa unida quedase reducida a eso, no se justificarían los esfuerzos y las esperanzas puestos ya por varias generaciones en el advenimiento de una entidad política que responda en un momento dado a la denominación de Estados Unidos de Europa. Tampoco la realización de esta unidad puede materializarse en una división de hecho en su seno entre países poderosos y países débiles. Esa Europa dual bajo el caparazón de una superestructura unitaria sería inviable, y las distancias y tensiones entre unos y otros países provocarían su desintegración.
La Europa sin barreras que se vislumbra en el Acta única sólo puede nacer a cambio de la superación de los atavismos nacionalistas que todavía dominan los comportamientos políticos de los países que la impulsan. La paralización de los actuales presupuestos de la CE es una muestra de que esta superación no es fácil. Sin embargo, las soluciones de compromiso halladas en el pasado ante otras cuestiones controvertidas auguran que ahora también se encontrará una salida. En todo caso, la Europa resultante sólo puede ser la de la cohesión social entre sus pueblos y la del equilibrio económico entre los países que la integran.
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