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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Algo se mueve en Euskadi

ALGO SE mueve en el tablero político vasco. La sensación de estar asistiendo siempre a la misma jugada ha ido dejando paso a una dinámica y a ciertas aperturas que no estaban necesariamente previstas en el guión. Al salir de la Moncloa, el lehendakari Ardanza afirmó, el pasado jueves, que Felipe González le había manifestado su disposición a considerar el acuerdo que pudiera emanar de las fuerzas vascas como base del consenso nacional sobre el terrorismo. Una oferta similar había sido hecha por el presidente González en vísperas de las elecciones de octubre de 1982, en un famoso mitin celebrado en el velódromo donostiarra de Anoeta. Su frase sobre el "mínimo común denominador" al que debían llegar los vascos, y que el Gobierno asumiría como propia, despertó grandes expectativas. La inmediata irrupción en escena de ETA acabó con el espíritu de Anoeta, ahogado en la confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas.Parece imposible, pero han hecho falta cinco años para poder regresar al punto de partida. Cinco años para que Ardanza admita en el Parlamento autónomo la evidencia de que las diferencias entre el nacionalismo democrático y ETA no se refieren sólo a los medios propugnados, sino a los fines perseguidos. Ha hecho falta que pasara tanto tiempo para que, tres años después de que el Gobierno vasco se opusiera a las extradiciones de miembros de ETA, el portavoz de esa misma institución valore como positivas las detenciones de activistas producidas a ambos lados de la frontera. Y ha tenido que pasar ese lustro para que los socialistas admitan que una interpretación cabal del estatuto -del que hoy se cumple el octavo aniversario- implica que el despliegue de la policía autonómica sea correlativo al repliegue de las fuerzas de seguridad del Estado en territorio vasco. Cinco años para que los factores de acuerdo primen sobre los de la confrontación.

Esos factores son, a su vez, el resultado de la maduración de una serie de elementos que han ido configurándose en los últimos meses. Los resultados de las últimas elecciones autonómicas, tras la escisión del PNV, establecieron un panorama caracterizado por la necesidad de pacto con los socialistas. Cualquiera de los dos partidos resultantes de la ruptura nacionalista tenía que plantearse esa coalición para aspirar a gobernar, y esa circunstancia obligó a fundar una dinámica más abierta en la política vasca. Las tendencias a la radicalización del sector que quedara en la oposición se verían compensadas, en este nuevo marco, por la simétrica moderación de los que se integraran en el Gobierno de coalición. Al mismo tiempo, el debilitamiento logístico y político de ETA ha permitido a las fuerzas nacionalistas en su conjunto plantearse la consecución de sus objetivos relativamente al margen de la dialéctica impuesta por los terroristas. Por primera vez desde hace años, los estímulos democráticos son en el campo nacionalista más poderosos que los planteados por la presión del radicalismo.

Ello permite encauzar el debate por vías racionales. Así, hoy puede demostrarse con apoyo en los hechos, y no sólo en la doctrina, que la práctica democrática resulta más eficaz para los objetivos de autogobierno que el recurso a la violencia. No sólo porque sin la presencia de ETA sea más fácil el acuerdo con el Gobierno central, sino porque esa relativa superación del clima de apasionamiento asociado inevitablemente al terrorismo permite ampliar el grado de consenso de las fuerzas vascas con vistas a la construcción política de Euskadi.

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El principal peligro para la convivencia de los vascos sigue siendo el sectarismo que lastra la vida política de Euskadi. Para convencer, como pretende Ardanza, a las fuerzas antisistema que se reconocen hoy en Herri Batasuna de que pueden defender sus ideas desde las instituciones democráticas, es imprescindible renunciar a la tentación de utilizar los efectos potencialmente desestabilizadores de la violencia como elemento de presión. Como lo es abandonar de una vez el exceso de espíritu mercantil que conduce a relativizar irresponsablemente los logros del autogobierno o a dramatizar los desacuerdos coyunturales a fin de intentar sacar más tajada en la transacción. Si se consiguiera eso, el espíritu de Anoeta que estos días parece renacer podría ser el inicio de un camino de esperanza para los vascos.

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