Otro descenso a los infiernos
El cineasta británico Neil Jordan tiene detrás de sí una obra todavía escasa pero de acusada originalidad. Es de los pocos hombres del cine actual del que puede decirse que posee un estilo inconfundible y que, aunque haga películas con contenidos argumentales muy distintos entre sí, las realiza de tal manera que se identifican como suyas fácilmente.Es más, se las arregla Jordan para llevar las aguas de cada relato a su propio molino y, por muy dispares que tales relatos sean, hay algo en ellos que les acerca y familiariza: el pausado descenso a los infiernos de este mundo de su Mona Lisa está preludiado en cada secuencia de este Danny boy, filme algo irregular, pero siempre distinto a cualquier otro, lleno de imágenes dolorosas de gran fuerza y que ofrece singularidades formales poco frecuentes en la uniformidad del cine actual.
Danny boy
Dirección: Neil Jordan. Fotografía: Chris Menges. Producción: John Boorman. Reino Unido, 1984. Intérpretes: Stephen Rea, Verónica Quilligan, Ray McAnnally, Honor Hoffman. Estreno en Madrid: cine Alexandra (en versión original subtitulada).
Es Danny boy una sinuosa historia de locura, amor y crimen, que transcurre en el subsuelo de un mundo o submundo desquiciado, sórdido, desolado, apocalíptico; un lóbrego mundo sumergido en una sorda y casi invisible guerra total, la abismal guerra del Ulster, esa Irlanda británica en la que los combates ocurren, sin tregua, más que en las calles, de puertas adentro e incluso de ojos adentro, en el interior del cerebro del hombre, lo que hace de él un exterminador loco y solitario, que mientras ahonda en su violencia pierde la memoria del origen de ésta. Y ese es el vehículo de la durísima historia narrada en Danny boy: el camino de la violencia incausal, esa que, en sus vueltas y revueltas sobre sí misma, acaba por perder contacto con su desencadenamiento.
Un saxófono triste
Notable, tenebrosa, triste, terrible película. Su verdad no es nunca meramente documental, sino siempre lírica, y se apoya en las ondulaciones de una banda sonora de las que se quedan amarradas al recuerdo de las imágenes, de tal manera que al evocar estas brota la memoria del estremecedor saxo y de los trémolos que brotan de su interior.Las imágenes de Jordan convierten a la realidad en fantasmagoría, en alucinación. Y lo hacen sin emplear ninguna fantasía, mediante tomas que se ajustan al principio realista de verosimilitud, pero que encuentran en su desarrollo una alteración, que rompe el punto de vista del espectador mediante la intromisión de algo extraño a los elementos que componen la funcionalidad de la imagen o la secuencia: la campanilla en el asesinato de la niña ante el bailongo; la aparición de una hoguera en medio de la playa solitaria; la estampa del Cristo en la secuencia de la campesina suicida; la fuga de las bolas del bingo; ese saxo triste.
Estas alteraciones inyectan misterio en las imágenes, un misterio que les llega de dentro a fuera y que contamina las evidencias realistas de las secuencias con algo no evidente que surge inesperadamente de su detrás, una especie de submundo del submundo, de trastienda de la trastienda. Tal duplicación de los signos barajados en sus imágenes es una de las llaves maestras del estilo de Jordan, que aquí adquiere una mayor explicitud que en Mona Lisa o En compañía de lobos, tal vez por ser ésta una película más inmadura, menos dominada desde la puesta en escena que ellas, con menos hilos sueltos. Pero, en cualquier caso, Danny boy es una seria y grave obra de un gran cineasta.
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