Quién debería mandar
Cualquier institución -aunque sea cultural- puede sobrevivir con elevados índices de confusión e incertidumbre ' siempre y cuando la burocracia en que se apoya para su funcionamiento, tenga las ideas claras sobre lo que Platón llamaba las esencias.La primera cuestión esencial es quién manda o debería mandar. Pueden mandar todos, como actualmente en la Unesco, en donde -como en otras agencias especializadas de la -ONU- cada país grande o pequeño tiene derecho a un voto; o podría mandar -como reclama EE UU- quien más aporta financieramente a pesar del enfrentamiento legendario, al menos en la mente popular, entre dineros y cultura. Un sabio, distraído o no, multimillonario, no constituye una imagen arraigada todavía al concluir este segundo milenio.
En una institución encargada de preservar el patrimonio cultural e impulsar la cultura universal podrían mandar los detentadores de esa cultura. O los países demandantes, los más desheredados culturalmente. Al fijar los mecanismos decisorios adecuados en una institución eminentemente cultural, no es probable que el hecho de existir como nación o de ser una potencia financiera -fenómenos posculturales, cuando no surgidos en lucha contra manifestaciones del sustrato cultural de la especie debieran ser decisivos.
Mis preferencias se inclinarían por un relativo equilibrio en los órganos de decisión entre oferentes y demandantes de cultura. Este mecanismo tendría la ventaja psicológica de otorgar un poder de decisión significativo a alguna que otra potencia financiera, por su condición de gran demandante o mercado cultural en expansión. Y habría, como no, países financieramente escuálidos que participarían decisivamente en los mecanismos de decisión de la Unesco por el enorme patrimonio cultural aportado, en lugar de hacerlo mediocremente por el mero hecho de existir como nación.
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