Represalia en el Golfo
CUATRO 'DESTROYERS', de la flota que Estados Unidos tiene desplegada en el golfo Pérsico han atacado dos plataformas petrolíferas iraníes. Ésa ha sido la respuesta norteamericana al ataque de un misíl iraní contra el patrolero kuwaití Sea Isle City, uno de los 11 que fueron abanderados en julio pasado con el pabellón de EE UU. Además de los daños materiales, 16, tripulantes, entre ellos el capitán, de nacionalidad estadounidense, resultaron heridos. No ha sido una sorpresa, ya que desde el ataque iraní del viernes pasado se sabía que EE UU contestarían de una u otra forma. Después de haber realizado, desde la guerra del Vietnam, la mayor concentración de su flota en aguas del Golfo, era inimaginable que dejasen sin respuesta el ataque sufrido por un barco cubierto por la bandera estrellada. Las explicaciones del secretario de Defensa, Weinberger, con dosis de hipocresía, reflejan el deseo de dar a esta represalia el carácter más aséptico posible. Dijo que los ataques iraníes contra el comercio de países no beligerantes exigía respuesta, pero insistió en que la actitud de EE UU sigue siendo de no beligerancia y de protección al libre comercio.Estas palabras pueden expresar el deseo -incluso de cara a la opinión de EE UU- de quitar hierro en lo posible a la represalia armada. Es obvio que Reagan no quiere, como piden no pocos congresistas, poner en marcha el War Powers Act (ley sobre poderes en caso de guerra), que permitiría al Congreso intervenir de modo directo en las decisiones sobre el Golfo. En todo caso, dentro de la gravedad extrema de la situación, cuanto pueda contribuir a evitar una escalada de los choques armados es positivo en estos momentos.
El interés evidente de Europa estriba en que las acciones de guerra en la zona del Golfo se reduzcan, en que no lleven a represalias crecientes y puedan desembocar en una generalización de los combates, con secuelas imprevisibles.
En realidad, la operación naval emprendida por EE UU en el Golfo, desde el pasado julio, está aquejada de una parcialidad evidente en contra de Irán y en favor de Irak. Ello se puso de manifiesto cuando, ya con la flota de EE UU en el Golfo, un período de calma -aprovechado por Irán para incrementar sus exportaciones- fue interrumpido por la reanudación de los bombardeos de Irak contra petroleros de diversas nacionalidades. EE UU formuló una tímida protesta, puramente de forma, pero no hubo una presión seria para obligar a Irak a interrumpirlos.
Está claro que la estrategia de EE UU persigue otros fines que el de garantizar la libre navegación. Para este objetivo había caminos mucho menos peligrosos. La aspiración de Reagan es recuperar una preponderancia y un prestigio, ante los países árabes, quebrantados por el Irangate y otros hechos. Pero el juego es peligroso. Ahora, después del ataque a las plataformas iraníes, el curso futuro de los acontecimientos depende de la reacción de un factor tan imponderable como es el Gobierno iraní, en el que tienen un peso considerable elementos extremistas, que pueden no ceñirse a declaraciones provocadoras.
Resulta lamentable que estos hechos hayan surgido cuando el secretario general de la ONU, con su infatigable voluntad de lograr un alto el fuego entre Irán e Irak, ha recibido nuevos poderes del Consejo de Seguridad para negociar la puesta en aplicación de la resolución número 598 de la ONU. El proyecto que acaba de someter a ambos beligerantes incluye un punto que va al encuentro del deseo iraní de que una comisión independiente examine la responsabilidad del inicio de la guerra. Algunos síntomas, aun débiles -como el apoyo de diputados iraníes en el foro de la Unión Interparlamentaria, reunido en Bangkok, a un texto pidiendo que se aplique la citada resolución 598-, indican que sectores iraníes se inclinan a aceptar una vía negociadora. Sin embargo, en un clima de multiplicación de los choques armados, sobre todo después de la represalia norteamericana, pueden salir favorecidos los grupos radicales, partidarios de una movilización más intensa del país para proseguir la guerra, con la esperanza de ganarla lanzando nuevas ofensivas por tierra contra Irak.
Durante mucho tiempo se ha temido que el gran choque Este-Oeste pudiese partir del Golfo. La contradicción entre EE UU y la URSS en esa zona ha s ido siempre profunda. Los soviéticos parten de que es muy próxima a sus fronteras y ven una amenaza para ellos si se afirma una dominación norteamericana. Por otra parte, la invasión de Afganistán ha sido interpretada como un paso del expansionismo soviético en dirección del Golfo. En los últimos meses, Moscú ha formulado fuertes críticas al amplio despliegue naval de EE UU, si bien también la URSS ha puesto tres barcos a disposición de Kuwait. Sin embargo, hoy predomina entre Moscú y Washington el deseo de entendimiento. El secretario de Estado, Shultz, está en Oriente Próximo, camino de Moscú, donde celebrará, el 22 y 23 de octubre, la reunión decisiva con el ministro Shevarnadze, para ultimar el acuerdo sobre el doble cero. No es probable, al menos que surjan en el Golfo hechos de mucha mayor gravedad, que cambien estos planes.
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