Audacia frenada

Este filme argentino, primero que realiza su director, Américo Ortíz de Zárate, fue bien acogido por el público y la crítica de su país y, dentro de él supone al parecer uno de los pasos para la normalización de la cinematografía argentina, necesitada de ofrecer a sus clientelas películas que aborden los temas vivientes de la Argentina actual y de que se desprenda de la obsesión, sin duda necesaria en años pasados pero que comenzaba a alcanzar proporciones excesivas, por asuntos argumentales relativos a los años de la dictadura militar.Otra historia de amor es una película de amor entre dos hombres, es decir una historia de homosexualidad, pero desprendida de ese paradójico sabor semiclandestino que estos argumentos suelen tener hoy, como les ocurre a casi todas las películas que rompen tabús de ayer.

Lo más interesante de esta obra es precisamente la soltura y el caracter abierto y desinhibido con que plantea y desarrolla esa historia de amor homosexual, sin incurrir en ningún momento en innecesarias escenas de sexo, que del al filme un regusto a cosa prohibida.

Se trata, en efecto, de un filme eminentemente lírico, de una historia amorosa de corte muy clásico, incluso algo convencional. Y el hecho de que el dúo amoroso lo compongan dos hombres no crea ninguna distorsión, ni nada que enrarezca las imágenes con una dosis adicional de esa aludida semiclandestinidad legal, hasta el punto de que el título es desorientador, pues el contenido del filme no es nunca otra historia de amor, sino la misma de siempre: dos enamorados, tanto da que sean homo o heterosexuales, en colisión con su entorno a causa de ese su amor.

Narrada con mucha sencillez, apoyada en una buena interpretación, Otra historia de amor se ve bien y, sin que por ello deje huellas profundas en el recuerdo, preludia a un cineasta con algo propio que decir mediante la pantalla, un cineasta nada pretencioso, que sabe ir al grano y que da orden, sutileza y claridad a casi todo lo que hace.

En este sentido, Otra historia de amor no parece, aunque lo sea, una primera película, pues el dominio de la medida por parte de su director es una cualidad que no suele verse en las llamadas operas primas. Lo único que cabría reprocharle a Ortíz de Zárate es el artificioso y argumentalmente trucado (un juego inexpresivo de efecto sorpresa) final feliz, que no es una deducción lógica y coherente del desarrollo del filme, sino un añadido que suena a falso optimismo.