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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una aportación consistente

Con muy buen sentido, la dirección del Festival de Otoño de Madrid ha programado en la presente edición, junto con compañías de danza consagradas del extranjero, una obra de la coreógrafa española Pilar Sierra, que hasta ahora era poco conocida del gran público, pero que hace ya tiempo que goza de un indudable prestigio en los círculos de aficionados a la danza contemporánea en nuestro país.

Durante los años setenta. Sierra coreografió para el grupo vanguardista AZ y algunos otros que se producían fundamentalmente en el ámbito universitario. Obras como La nana de la cebolla, Los ocho pecados capitales, Variaciones sobre Bach/ Vivaldi o Pepita, planteadas en base a un neoexpresionismo iconoclasta y rupturista con relación a todo lo que se veía y se hacía entonces, atrajeron a un público minoritario, pero también consiguieron marginar a Sierra de los circuitos convencionales durante buena paree de la década siguiente.

Cinco mujeres españolas

Dirección: Américo Ortiz de Zárate. Guión: Ortiz de Zárate y Juan Carlos Brown. Fotografía: Héctor Morini. Música: Ángel Mahler. Producción: Gustavo Ghirardi. Argentina, 1986. Intérpretes: Arturo Bonin, Mario Pasik, Nelly Prono, Héctor Bidonde, Alicia Aller, Daniel Galarza, María José Demare, Carlos Muñoz, Roxana Berco, Susana Cart. Estreno en Madrid: cine Renoir.

Pilar Sierra

Homenaje a Federico García Lorca. Yermo (Sierra/Falla). La zapatero prodigiosa (Sierra/Falla y popular). Mariana Pineda (Sierra / popular). Bernarda Alba (Sierra/ Falla). Doña Rosita (Sierra / Granados) Coreografía, escenografía y dirección: Pilar Sierra. Bailarina: Paloma García. Bailarín: Pedro Minguenza. Sala Olimpia, sábado 17 de octubre de 1987.

Los largos aplausos con que el público de la Sala Olimpia acogió el trabajo de Sierra sobre cinco personajes femeninos de Lorca suponen el inicio de la recuperación de quien ha sido una avanzada de la danza contemporánea en España y que hoy aparece como la aportación española más consistente que ha podido verse hasta ahora al terreno del teatro-danza, que está en el centro de las preocupaciones actuales en ambos campos, como se ha comprobado en este festival.

Hilos conductores

El espectáculo de Sierra tiene dos hilos conductores: el primero, el más aparente o superficial, es un comentario sobre la sociedad española de la anteguerra, con su carga de opresión social y miseria moral, pero traspasada con fuerza por el afán de libertad y vitalidad que reflejan la alego ría lorquiana sobre Mariana Pineda o las ansias —más eróticas que maternales— de la Yerma. En este sentido, las viñetas de Sierra, que no desdeñan en algún caso el recurso a la ironía, tienen una capacidad evocadora notable y penetran, con escasísimos medios escenográficos y un puñado de figurantes, en el universo social —y también poético de García Lorca.

El segundo hilo conductor se sitúa en un plano más profundo: es el que lleva del teatro a la danza, de la observación a la metáfora, de la imagen a la expresión del movimiento. Éste es el que interesa a Sierra, y esta reflexión lorquiana le sirve para profundizar en este nudo crucial de la es cena actual, aunque en algunos momentos le apriete como un corsé y se eche de menos mayor libertad temática. En torno a los cinco personajes —la Yerma, la Zapatera, Mariana, Bernarda y Doña Rosita— Sierra despliega, con toda conciencia, y en algunos casos con maestría, un abanico de relaciones entre la expresión de la escena y la expresión del movimiento.

De la Bernarda Alba —expresión casi pura de espacio y luz, sin más movimiento que el estrictamente imprescindible para una caracterización matizada y bellísima de la opresora/oprimida, basada en el desarrollo rítmico que va devanándose como una madeja— a la Mariana Pineda, que termina fundiéndose en el puro movimiento, y haciendo de paso un guiño nostálgico a Isadora Duncan (en la técnica del salto natural, en la osadía de bailar un himno revolucionario, y hasta en la muerte entre las sedas del chal-bandera), cada estudio de personaje es una exploración de las posibilidades de! movimiento como lenguaje escénico. En Doña Rosita, que cerró el programa y es quizá, teatralmente, la más brillante, se introducen pequeños toques superrealistas y las transformaciones del ritmo de movimiento como forma de expresar el paso del tiempo.

El espectáculo hubiera sido probablemente imposible de materializarse si Sierra no hubiera contado con Paloma García, cuyo abanico técnico —como bailarina y como actriz—muestra inmensas posibilidades y cuya comprensión de las intenciones de la coreógrafa es total.

El bailarín Pedro Minguenza hace una sorprendente y ajusta da intervención en el papel de la criada de Doña Rosita, y preciso es destacar la contribución a la justeza del conjunto de la escenografia y el vestuario de Paloma García, que se convierten en un elemento más de dinámica de la coreografía.

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