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Un férreo domador de sonidos

Carlos Kleiber, 'estrella' del Festival de Otoño, actúa hoy en el Teatro Real

Carlos Kleiber llegó el pasado jueves al aeropuerto de Madrid para comenzar los ensayos preparatorios de los conciertos que tendrán lugar hoy y mañana en el Teatro Real, dentro de los espectáculos del Festival de Otoño. Gran parte de la Prensa se había mostrado dubitativa acerca de las posibilidades reales de su venida cuando la organización del festival dio a conocer la programación, pero el maestro tenía especial interés en visitar Madrid, una ciudad de la que su gran amigo Plácido Domingo le había hablado por extenso.

Carlos Kleiber nació en Berlín en 1930, de un padre también director de orquesta, Erich Kleiber, un personaje tan fundamental en la historia de la dirección que no puede eludirse a la hora de hablar del hijo. Tanto es así que a Carlos le molesta profundamente que siempre se le asocie o compare con su padre, quien, por cierto, se opuso inicialmente a su dedicación a la música.La familia Kleiber se trasladó de Berlín, de cuya ópera Erich era director, a Buenos Aires cuando Carlos contaba cinco años, y en la ciudad argentina éste no sólo estudió español, sino también música. Sin embargo, a su regreso a Europa hubo de desistir en la continuación de estos últimos estudios e iniciar los de química por deseo de su padre, quien entonces asentaba definitivamente su fama en toda Centroeuropa.

Múnich

La afición de Carlos Kleiber pudo más y cambió los estudios universitarios por un puesto de repetidor en el Gärtnerplatz de Múnich, un teatro donde se representan obras en idioma alemán. Poco a poco sus éxitos le llevaron sucesivamente a Düsseldorf, Zúrich y Stuttgart, hasta alcanzar la Opera de Múnich, donde empezó a adquirir renombre propio, no ya por su apellido: gracias a su sensacional versión del Wozzeck, de Alban Berg, que, curiosamente, había estrenado su padre.

Desde entonces se halla muy ligado a la capital bávara y en ella ha alcanzado muchos de sus mayores éxitos: El caballero de la rosa, Traviata.... pero siempre dentro de un repertorio muy reducido. Estos triunfos rápidamente llamaron la atención de los empresarios de los principales teatros, y así Viena, Londres y Milán pudieron conocer unas versiones de Otello, Carmen o Bohème que la crítica calificó de inolvidables.

Carlos Kleiber fue precisamente quien dirigió el Otello con el que la Scala conmemoró el centenario de su estreno.

Simultáneamente, inició en los festivales de Viena y Praga su actividad en salas de conciertos, aunque en ellas se prodiga todavía menos que en los fosos operísticos. Dentro de este campo sobresalen sus interpretaciones de algunas sinfonías de Beethoven, Bramhs o Schubert, varias de las cuales ha llevado al disco. Esta limitación de repertorio es la principal crítica que se le efectúa en el terreno artístico, junto a su intransigencia.

Son muchos los empresarios o artistas que han padecido enfrentamientos con él. El último de los más sonados tuvo lugar el pasado febrero en la Scala, cuando casi llega a las manos con Renato Bruson, al estar en desacuerdo con el modo de decir el personaje de Yago del Otello verdiano. Hay, en cambio, otros artistas, corno Pavarotti o Domingo, que le consideran entre lo más grande del presente y siempre están deseosos de actuar junto a él.

El tenor madrileño, compañero de tantos Otello y de su Traviata discográfica, ha desarrollado una buena amistad con el berlinés, gracias a la cual éste no sólo sabe que Madrid tiene una "preciosa sala de conciertos", sino que conoce los nombres de Carrillo o Pasionaria.

Tímido y cordial

Carlos Kleiber es, cuando no tiene una batuta en las manos, una persona muy tímida pero cordial, poco dispuesta a trabajar y mucho a divertirse, enemiga de lo burocrático hasta el punto de resistirse a leer la correspondencia que no le vaya escrita en plan cuento casi infantil, con versos y viñetas. Así es como los secretarios de las orquestas le han de traducir las cartas proponiéndole giras.

Todo un contraste con ese férreo domador de sonidos cuando sube al podio. Ahí, en lo alto, nace la severidad, la exigencia, la escrupulosidad, el amor al detalle, la profundidad, la tensión y una indudable personalidad en unos conceptos musicales que siempre resultan vibrantes, apasionados e imaginativos. Todas éstas características, aunque aún lejos de un Karajan o un Giulini, le colocan en uno de los primeros puestos de la dirección de nuestros días.

Hoy presenta en el teatro Real de Madrid sus versiones de sinfonías de Mozart y Bramhs con la Orquesta Sinfónica del Estado de Baviera, quizá su predilecta, pero indudablemente la mayor expectación se centra en su Beethoven de mañana.

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