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Crítica:TEATRO / 'DIOS ESTÁ LEJOS'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un drama sin apurar

Es un buen apunte de comedia. Hay una intriga policiaca -la duda en torno a un accidente, o suicidio, o asesinato-, una breve historia de amor -juez con prostituta-, que al mismo tiempo es un caso de conciencia -la mujer es hermana del supuesto asesino, esposa de la víctima; el juez habrá de instruir el caso, y realiza ya diligencias- y un alegato social a cargo de un personaje sólido y astuto, al que uno se imagina como portavoz del autor: además de la ironía y del desconcierto que causa en los otros personajes, explica los problemas, de clases, la injusticia de la sociedad constituida, la razón del pobre para su comportamiento (aunque él mismo sea un justiciero intolerante y poco comprensivo). Lo explica poco.Esta, trama, estas reflexiones, estos caracteres, pasan fugazmente por el escenario y no apuran lo que tienen que decir o lo que tienen que demostrar, a pesar de la excelencia del diálogo de Marcial Suárez, apretado y rápido, irónico y con voluntad de crear una trama inexpugnable. Podría, o debería, tener otro peso específico. Pero hay como una especie de prisa en que se termine, quizá gran parte del público agradezca la liviandad y la urgencia, y otros lamentaremos que la obra se quede en apunte.

Dios está lejos

De Marcial Suárez. Premio Lope de Vega 1979. Intérpretes: Mercedes Sampietro, Héctor Colomé, Margarita Calahorra, Fabio León, Daniel Dicenta, Cesáreo Estébanez, Joaquín Molina, Carlos Kaniowski, Isidoro Barcelona. Selección musical de José María Pou. Dirección de escena de Emilio Hernández. Estreno: Teatro Español, 18 de! septiembre.

Puede que la dirección de escena de Emilio Hernández, siendo buena, haya ayudado a acentuar lo policiaco y lo superficial. De cuando en cuando surgen en el teatro las imitaciones de cine, lo cual no deja de inquietar de una manera general, porque en estos tiempos de crisis de creación gustaría más que las soluciones fueran teatrales, tomadas de las propias reservas del arte dramático para consolidarlo. Esto aparte, la imitación de cine por Emilio Hernández está bien. El aprovechamiento del escenario giratorio, de la iluminación, de la aproximación de ciertos personajes hacia el primer plano, el fondo musical que subraya o precede algunas escenas, están suficientemente conseguidos, pero tiene un tono de juego, de diversión, que indudablemente ayudan a quitar veracidad al drama -es decir, no es un reflejo de la vida y sus tramas, sino una evocación del cine, y especialmente del de los años cuarenta-, que crean un distanciamiento y un enfoque distinto de la atención. Como los recursos, por material escénico que haya, son escasos y no pueden ser más que un remedo del cine, que en su terreno los tiene mejores, la obra se acorta y se dirige rápidamente al golpe final. Sucede algo parecido con los actores: Mercedes Sampietro tiene que derivar del drama vivo y de su condición social que debía ser el objeto de su actuación a representar la rubia del viejo cine, desgraciada, que impulsa al morboso deseo de protegerla, y Héctor Colomé americaniza el hombre impasible, el juez, que, aun sujeto a tirones de pasión y de obligación, y de profunda duda, apenas se conmueve. Es inevitable que en todo esto, con tales actores y estos diálogos, el teatro restalle o respire por sí mismo, haga escenas verdaderamente teatrales, y en ellas descuella, con los citados, Daniel Dicenta, que compone un tipo que respira teatro.

Todo funciona, y funciona bien, aunque quede la sensación de que de otra manera sería mucho mejor. La intepretación es fluida, y los diálogos, vivos y activos. El giratorio tiene el exiguo decorado que puede soportar, pero reconstruye, el ambiente, como los trajes: todo ello gracias a Toni Cortés. La iluminación de Josep Solbes recrea el espacio cinematográfico buscado, y la música la ha seleccionado muy bien José María Pou. Emilio Hernández ha conseguido su propósito con arte y oficio, con calidad, y su autoría modifica probablemente la intención de Marcial Suárez, que ganó el Premio Lope de Vega y acepta ahora esta contracción que, desde un punto de vista de espectador, no es posible decir si lo mejora o lo empeora. Lo que sí es cierto es que el drama se queda apuntado y sin apurar.

Tuvo mucho éxito en su estreno oficial. Todos fueron muy justamente aplaudidos, y especialmente Marcial Suárez. Puede que en esas ovaciones haya, además del reconocimiento de la obra, un homenaje al autor, que ha sido maltratado por el teatro durante toda su vida.

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