Misión de las bibliotecas
Por ello, la Biblioteca Nacional se ve obligada, antes que a nada, a sentar doctrina bibliotecaria (que existe, y muy abundante, y tiene ya cerca de siglo y medio de antigüedad). Dicha doctrina, inspirada por una profunda conciencia social y cultural, define y clasifica las bibliotecas en razón de sus funciones. Cabe distinguir al menos las siguientes:-1. Bibliotecas públicas o populares, cuya misión es facilitar la lectura al público en general, bien en sus salas, bien mediante préstamo. Guardan libros de cultura general (literatura, cuentos, manuales, enciclopedias, etcétera), y atienden al recreo y formación de los ciudadanos.
2. Bibliotecas de centros de enseñanza, cuya misión es hacer posible el estudio en sus distintos niveles. Deben ser obligatorias en todo tipo de centros. Importan sobremanera las bibliotecas universitarias: la Universidad es responsable de facilitar a sus estudiantes (y profesores) todos los materiales bibliográficos y los espacios de estudio que precisen. Sin bibliotecas, las universidades están deshonradas.
3. Bibliotecas especializadas, cuya misión es, o facilitar el material bibliográfico específico de una materia singular (por ejemplo, tecnologías industriales, medicina, defensa, etcétera), o el apropiado a la naturaleza especial de ciertos centros (hospitales, cárceles, etcétera).
4. Bibliotecas nacionales, cuya misión es la conservación y el depósito del patrimonio bibliográfico de un país para, mediante la catalogación, la clasificación, el inventariado y la elaboración de las bibliografías nacionales, poner ese patrimonio al servicio de la investigación. Por definición, son centros de asesoramiento de otras bibliotecas, centros de coordinación e investigación en el ámbito de la bibliografía y la bibliología y parte esencial del sistema de información y documentación de un país. Preservan la memoria colectiva de dicho país -a través del depósito legal- y deben conservarla para la posteridad.
Todo esto último es, pues, lo que quiere ser la Biblioteca Nacional. Lo que quiere y lo que debe ser; lo que hay que exigirle que sea. Evidentemente, nuestra Biblioteca Nacional no es tal: funciona sobre todo como una biblioteca popular y universitaria, en gravísimo detrimento de sus funciones. La Biblioteca Nacional no ignora que no existe en Madrid -que es donde radica el problema- una infraestructura adecuada de bibliotecas públicas y universitarias. Lo ha dicho hasta la exasperación y el aburrimiento. Pero, a la vista de sus múltiples, importantísimos e inaplazables funciones y problemas, no se le puede pedir en justicia que continúe dispersando sus escasos recursos en malcubrir servicios que no son de su competencia cuando no puede atender debidamente aquellos que sí son de la suya exclusiva.
Quede claro lo que pretende la Biblioteca Nacional (y en seguida añadiré más). Sus aspiraciones coinciden con la política de la actual Dirección General del Libro y Bibliotecas, que en su día definió a la Biblioteca Nacional como cabecera de la red nacional de bibliotecas. Lo que se persigue es claro: crear una red radial de bibliotecas públicas -una por comunidad autónoma- enlazada, mediante todos los adelantos tecnológicos hoy existentes, con la Biblioteca Nacional, centro de dicha red.
Catálogos
En ese esquema, corresponde a la Biblioteca Nacional:
1. Cumplir con su misión de Centro Nacional de Información Bibliográfica, avanzando en el programa de informatización de sus propios catálogos y de los catálogos colectivos de los fondos existentes en las bibliotecas españolas para ponerlos a disposición y servicio de todos los ciudadanos a través de las bibliotecas públicas y universitarias.
2. Organizar el préstamo interbibliotecario, para que cualquier ciudadano pueda recibir la documentación que precise cualquiera que sea su lugar de residencia.
3. Avanzar en un programa nacional de conservación y microfilmación de los fondos antiguos y valiosos, de forma que sean accesibles a todos los ciudadanos y se conserven para las generaciones futuras.
4. Atender adecuadamente al público que verdaderamente necesita utilizar la Biblioteca Nacional para las funciones más arriba dichas.
Por razones de seguridad y conservación, por la naturaleza de sus funciones, las mejores bibliotecas nacionales no son bibliotecas de libre acceso. La Biblioteca Nacional, al fijar sus nuevas normas de acceso, se ha limitado a adoptar las medidas en vigor en la biblioteca nacional de Londres (la British Library), la biblioteca universalmente reconocida -incluso por el dominical de EL PAÍS- como modelo de biblioteca nacional. La biblioteca británica exige de sus usuarios declaración firmada de tener más de 21 años y de que la consulta a la biblioteca no está relacionada con estudios, y sí con la investigación. La Biblioteca Nacional española exige una memoria de la investigación a realizar para trazar lo que se conoce como perfil del investigador, para orientar al investigador en su trabajo y dirigirle al centro que precise. Ha establecido los llamados pase temporal y pase del día para atender la infinita casuística de consultas ocasionales que puedan presentarse.
Es evidente que las bibliotecas nacionales no son centros para leer por placer o para lecturas villanas (nunca se han servido de ellas literatura de quiosco o revistas pornográficas, ni tampoco novelas de actualidad ni publicaciones deportivas), ni tampoco lo son para estudiar apuntes, como ocurre en nuestro caso. Conviene que los medios de información exijan de universidades, comunidades autónomas y ayuntamientos una acción urgente y eficaz en el sector de bibliotecas; importa que hilen fino por lo que hace a la Biblioteca Nacional, no vayan a provoca por desconocimiento o irreflexión un empobrecimiento y una degradación de aquélla aún mayores.
La dirección de la Biblioteca Nacional ha reclamado incesantemente la ampliación drástica do su plantilla. Lucha denodadamente para que se rectifique e plan de informatización diseñado, a la vista de su pésimo funcionamiento (y sépase que de ello depende nada menos que todo el plan radial de bibliotecas españolas). Ha clamado hasta la impertinencia contra el hecho inaudito de que no exista una gran biblioteca central de la Universidad Complutense de Madrid (yo mismo he señalado, entremetiéndome en competencias ajenas, que el actual edificio del MEAC (Museo Español de Arte Contemporáneo) podría ser el lugar idóneo). La Biblioteca Nacional ha sugerido que se abran salas universitarias en el centro de la capital, y ha ofrecido dotar alguna con sus propios libros. Ha conseguido que, merced al apoyo de la Dirección General del Libro y Bibliotecas, se apruebe la construcción de un segundo depósito: su sede actual está literalmente al borde del colapso. Sólo teniendo en cuenta todo esto parece honesto hablar de la Biblioteca Nacional.
Una doble afirmación personal por último: entiendo que la política bibliotecaria es, con mucho, la política socialmente más progresiva que puede desarrollar un Ministerio de Cultura; entiendo que la única cultura verdaderamente social es la cultura bien hecha; lo demás son bernardinas.
Ábrase, pues, un debate sobre la Biblioteca Nacional y las bibliotecas tan intenso como se quiera, pero que sea un debate relevante. Que opinen quienes saben de estas cosas (pues para ello les paga la sociedad): bibliotecarios, académicos, profesores, investigadores, personas de reconocido prestigio intelectual y de autoridad moral contrastada. No hagamos peronismo cultural. El país no se lo merece.
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