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Por tierras del Languedoc / 1

Una breve visita al corazón del Languedoc, desbordante de verdor en mañanas veraniegas de altos cielos y blancas nubes volantes, nos permitió saborear en un par de jornadas, a un grupo de cuatro amigos, recuerdos de intenso contenido. El código del excursionista requiere, a mi juicio, coherencia de propósitos en los que viajan, rigor en el horario establecido y libertad de opinión en los comentarios. Empezamos nuestro itinerario por los que fueron castillos de la frontera aragonesa y catalana durante siglos, y que se yerguen todavía, incólumes, en sus arrogantes picachos inaccesibles.De los cinco castillos históricos nos detenemos en el de Queribus izado en una roca inverosímil, que fue sucesivamente fortaleza de los Besalú y más tarde de Ramón Berenguer y de los reyes de Aragón, hasta la derrota militar de los albigenses y la rectificación de fronteras de Corbeil que modificó sustancialmente el dispositivo de los castillos haciéndolos mirar al Sur, es decir, al potencial adversario catalán-aragonés del reino francés.

De allí, nos encaminamos al inmenso conjunto militar de Peyrepertouse, de varias fortalezas enlazadas entre sí, que en lo alto de las paredes gigantes corrió la misma peripecia que el anterior y se convirtió en el siglo XIII en residencia de los reyes de Francia. Allí quedan restos importantes de nuestra historia medieval. La princesa Blanca de Borbón que vivía en este castillo, bone et belle, según la crónica, fue entregada en matrimonio al rey don Pedro de Castilla, en Valladolid. Y, de inmediato, repudiada y recluida por el rey. Los Trastámara recibieron muy pronto el apodo del rey de Francia, Carlos V, en su lucha contra don Pedro. Dicen que en Peyrepertouse fue ofrecido a Enrique de Trastámara refuerzo militar después de su derrota en Navarrete y que se refugió allí, con su mujer doña Juana Manuel, y con Bertrand du Guesclin, planeando la vuelta al reino castellano y el ataque definitivo a su hermanastro culminado en Montiel. Doña Blanca volvió también, años antes, una temporada al castillo que tanto amaba, hasta que regresó a España para morir, envenenada, según algunos.

A pocas leguas de esta línea de fortalezas se halla Montségur, donde tuvo lugar la cremación de los herejes cátaros rendidos, hoy concurridísimo lugar de visitas juveniles. Me admira contemplar la pared, desnuda que constituye el tajo vertical de la sitiada cumbre que escalaron los vascos, traídos de su tienda, expertos supremos en el trepar de las abruptas rocas, con pitones metálicos y cuerdas embreadas. No muy lejos de Montségur se levanta la discutida y pequeña ciudad de Rennes-le-Cháteau, en torno a la cual se ha producido en los años recientes -en Francia, sobre todo un aluvión de libros y publicaciones, además de seriales de televisión británica y algún best-seller de alcance mundial.

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La situación del lugar, en lo alto de un cerro despejado que domina amplísimo territorio circundante, hace pensar en que existió allí antaño un núcleo de poder, acaso la capital o ciudadela, durante la era visigótica, de lo que se llamó el condado de Razés. La debatida y anodina iglesia parroquial consagrada a María Magdalena a la que su rector calificó de locum terribili -citando el pasaje del sueño de Jacob en el Génesis- contiene algunos elementos del arte prerrománico en cuyo interior se encontraron, al parecer, codificados documentos cuyos textos fueron en su día, y son hoy, materia de violenta polémica. ¿Qué anunciaban o revelaban esos pergaminos cifrados por un párroco muy anterior al que los encontró, a fines del pasado siglo? No se ha podido saber con exactitud. La polémica sigue abierta, con filias y fobias considerables. Los que propugnan la tesis merovingia y sostienen la existencia de unas sepulturas escondidas en la supuesta cripta de la iglesia o en los alrededores, se contraponen a quienes califican todo ello de pura invención y rechazan, por improbable, la tesis de la continuidad hereditaria de la extinta dinastía, cuyo último vástago, Dagoberto, fue asesinado, según la leyenda, en el fragor del bosque de Noëvres junto a Sténay. Hay quienes suponen que el Abbé Saunière encontró sencillamente un gran tesoro antiguo amonedado y que lo fue convirtiendo en dinero líquido con el que pagó mejoras en el acceso del pueblo, construyéndose asimismo una casa, una torre para su biblioteca y un frondoso jardín que todavía existen.

Se enseña a los visitantes, en la oficina publicitaria del pequeño templo, una escalera de piedra, tapada en el suelo con verja metálica, que parece conducir directamente a una galería subterránea bajo el templo. Esta excavación es reciente y fue repentinamente interrumpida. El pretexto o motivo de esa decisión era la presencia masiva en aquellos montes de "buscadores de tesoros" que causaron grandes daños en las huertas y edificios con sus exploraciones. ¿Hay alguien a quien preocupa o molesta la existencia de este minúsculo, pero potente, foco de polémica histórico-arqueológica? ¿Se teme acaso que los mil años del capetismo ortodoxo, recientemente conmemorado en Francia, pudiera empañarse por la existencia probada de una línea dinástica anterior que tuviera descendencia actual, aunque con denominaciones o apellidos, acaso, no menos ilustres? ¿O es otra clase de revelación de distinta esfera la que ese extraño y pedegroso paisaje oculta?

Queda en pie, en torno al asunto, otro dato intrigante e inexplicado. En el descifre de los documentos hallados por el Abbé Saunière aparecía de forma clara el nombre de Poussin, el gran pintor francés cuya trayectoria se inclinaba, dentro del barroquismo académico de su tiempo a los temas pastoriles y mitológicos griegos. Poussin pintó reiteradas veces el mito

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de la Arcadia que está muy presente en el esoterismo europeo, sobre todo desde los escritos de René d'Anjou. La vieja leyenda del río oculto y subterráneo -el Alfeo- sirvió durante siglos como símbolo de las tendencias del saber soterrado que fluye en la historia por debajo de la cultura o de las creencias dominantes. El Guercino pintó un famoso cuadro arcádico y Poussin lo hizo en varias ocasiones. El lienzo, llamado Los pastores de la Arcadia, en el que los bucólicos personajes se hallan arracimados en teatral y estudiada actitud en torno a un gran sepulcro en piedra, colocado en el campo al pie de unos árboles, es quizá el más sugestivo de todos. Al fondo del paisaje hay unas montañas y una pequeña ciudad en lo alto de una de ellas. Les bergers de l'Arcadie se puede contemplar en el Museo del Louvre. Se dice que existía otra versión semejante que tenía en sus habitaciones Luis XIV, en Versalles, con encargo "de que no lo viese nadie".

Un buen día un investigador pensó que aquel paisaje no era inventado por el pintor, sino que existía en realidad. Y efectivamente se descubrió que la tumba del cuadro de Poussin se hallaba situada en un bosquecillo, cercano al lugar de Arqués. Los montes del fondo del cuadro y la pequeña ciudad eran precisamente Rennes-le-Cháteau y su entorno. El túmulo labrado en piedra, de gran tamaño, con la inscripción casi desaparecida puede verse hoy día desde la carretera, comprobándose la identidad del paisaje con el que figura en el cuadro del pintor francés. ¿Quiso advertir acaso el artista a los que un día contemplaran la obra, de la existencia de algún secreto mensaje? ¿Qué quiere significar la locución Et in Arcadia ego? Es interesante también que el lugar exacto de ese emplazamiento coincide con el meridiano cero, que pasa por París. Poussin era, además de gran pintor, hombre de muchos saberes científicos.

Deambulando hace unos años, una mañana, en Roma, con mi inolvidable hija Cristina, entré en la iglesia de San Lorenzo in Lucina, cuyos planos trazó Poussin que residía entonces en la capital italiana. En ese templo se halla su sepultura, que costeó el vizconde de Cháteaubriand cuando fue embajador en Roma. Y en ella figura la versión esculpida de los Bergers d'Arcadie con exacta precisión. Si visitáis en el Reino Unido la finca campestre de Shugborough Hall construida por Thomas Anson y su hermano, el famoso almirante del mismo apellido, hallaréis, como tema central de la nutrida estatuaria de sus jardines, la reproducción en mármol del cuadro pastoril de Poussin, aunque colocados los personajes en posición inversa como si estuviera reflejada en un espejo. Dice la leyenda que el almirante venía con frecuencia a visitar, en sus paseos, el monumento pastoril quedando sumido en honda meditación. Nadie ha sabido hasta ahora descifrar el sentido de las ocho letras que mandó grabar Anson al pie de la escultura. ¡Cuánta extraña y sorprendente coincidencia.l ¡Y qué rica es la zona pirenaica del Rosellón y la Cerdaña en estos sugestivos tesoros enterrados, de artes y de cultura que no siempre son de orden material!

No hay paisaje sin historia, repetía Unamuno en sus correrías ibéricas. El sedimento telúrico de Europa está alimentado de recuerdos, episodios, guerras, dramas y conquistas. Pisamos un suelo caliente que contiene efluvios subterráneos que a veces percibimos en dosis menudas y reiteradas. Los montes y los árboles nos acompañan y contemplan en silencio nuestros paseos como en los paisajes del cuadro de Poussin. Al fin y al cabo, son los artistas quienes tienen el raro privilegio de revelar en su lenguaje críptico muchos de los secretos del universo.

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