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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva Diada

DIEZ AÑOS después de la histórica Diada de 1977, que fue multitudinaria y unánimemente reivindicativa de la Generalitat y de un estatuto autonómico, todos los grandes partidos catalanes han coincidido por primera vez en considerar la jornada como una mera fiesta conmemorativa. Esta decisión, que ha supuesto en este Onze de Setembre un abandono de la calle a las organizaciones independentistas, ha conseguido demostrar, sin embargo, la limitación del fenómeno separatista. Así, ayer se manifestaron 5.000 o 6.000 personas, que son las que salen a la calle un par de veces cada año para recordar su rechazo al sistema político imperante. Por ruidosas que resulten sus acciones y violencias callejeras, ésta es su exigua dimensión.Los grupos independentistas catalanes se han esforzado en los últimos años por convertir la Diada en una demostración de fuerza y de expansión, capitalizando a su favor movilizaciones que no eran precisamente de signo independentista. Ayer mismo intentaron de nuevo provocar abiertamente a la policía, para generar incidentes, volviendo a protagonizar carreras y disturbios en las Ramblas. En el marco de ese empeño debe interpretarse también el atentado cometido por Terra Lliure en la provincia de Lérida la víspera precisamente de esta jornada. Que en ese atentado muriera una persona, la primera víctima mortal de esta organización independentista, y que Terra Lliure lo "lamentara" luego cínicamente diciendo que ése no era su propósito, indica el talante y la irresponsabilidad en que se mueve el terrorismo catalán.

La unanimidad de la repulsa indica, por otra parte, que en Cataluña la situación política respecto al independentismo está muy lejos de parecerse a la del País Vasco, contra lo que pretenden los grupúsculos radicales. Ayer, por ejemplo, en algunos actos catalanistas, los asistentes expulsaron a los provocadores que ensalzaban a los terroristas.

Con todo, la mejor fórmula para evitar la más mínima ambigüedad es que exista claridad política. Jordi Pujol fue, precisamente, quien primero y con mayor insistencia planteó hace unos años la necesidad de convertir la Diada en una jornada festiva e institucional, y cuando lo propuso recibió severas críticas de los partidos de izquierda, que ahora han acabado sumándose a la idea. Y algún comunista apoya incluso la iniciativa de trasladar al día de Sant Jordi, el patrón de Cataluña, la conmemoración de ayer.

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Este año, detrás de los especiales deseos de clarificación y realismo que sienten los catalanes se encuentra una serie de importantes acontecimientos recientes. En los sectores convergentes, por ejemplo, pesan los efectos de las meditaciones que siguieron a la frustrada operación reformista, el alivio por el fallo sobre Banca Catalana y la satisfacción por el acuerdo sobre la financiación autonómica, sin olvidar que la propuesta de los socialistas catalanes sobre el federalismo abre una dinámica en la opinión pública interior que incluso parece preocupar más a Miquel Roca que a Alfonso Guerra.

Por otra parte, la primera ruptura del consenso que existía en el Parlament para los temas esenciales, producida con motivo de la ley de Organización Territorial que decidió Convergéncia i Unió, ha provocado el disgusto de muchos ciudadanos, cansados de excesos e irresponsabilidades partidistas. Aunque, en verdad, los definitivos toques de atención sobre el riesgo de las ambigüedades y la insensatez los han constituido unos acontecimientos que han herido incluso la sensibilidad de los catalanes más nacionalistas, y que han sido tanto el sangriento atentado a Hipercor como el despreciable asesinato que produjo anteayer la acción de Terra Lliure.

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