El retorno peronista
LOS RESULTADOS de las elecciones argentinas han desmentido todas las previsiones. Es lógico que la Unión Cívica Radical, el partido del presidente Alfonsín, que ejerce el poder desde hace cuatro años, haya retrocedido a causa del desgaste que supone gobernar, sobre todo en una etapa de vacas flacas. Pero lo que ha constituido una auténtica sorpresa es la cuantía de sus pérdidas, casi un 6% de los votos que había obtenido anteriormente. Y más aún la recuperación del peronismo, que después de sus derrotas de 1983 y 1985 se ha convertido de nuevo en la primera fuerza política del país y ha derrotado a los radicales en varias de sus fortalezas tradicionales.Las elecciones han transcurrido en un clima de tranquilidad y orden. Su mismo desarrollo demuestra que el pueblo argentino se está instalando en una situación de normalidad democrática, en la que los electores deciden con sus votos las opciones que desean para el futuro nacional. Ello representa una conquista de trascendencia histórica, si se recuerdan las tormentas vividas por ese país en las últimas décadas.
En este proceso de asentamiento de la democracia, el papel del presidente Alfonsín ha sido decisivo. Ha tenido que hacer frente a peligros gravísimos, dando muestras de una sangre fría poco común. Ante las trágicas secuelas del terror aplicado por la dictadura militar, Alfonsín, sometido por un lado a unas demandas de justicia cargadas de pasión y de razón, y por otro a la presión del corporativismo ciego del estamento militar, tuvo que buscar soluciones imperfectas, pero que han evitado una escisión disgregadora del cuerpo social. Poco ha contado para la mayoría de los electores esa trayectoria, que ha dado a Alfonsín una talla internacional de estadista como han logrado pocos gobernantes de Argentina.
Los factores que han determinado el voto de los argentinos han sido de orden económico. Las urnas han expresado mucho más un voto de castigo contra el Gobierno que un voto a favor de una alternativa política representada por el peronismo. Es evidente que la política económica de Alfonsín, su famoso Plan Austral, no ha dado, ni mucho menos, los frutos que se esperaban. El nivel de vida de la gran mayoría de los ciudadanos se ha degradado de modo sustancial. La inflación determina una total inseguridad sobre el valor de la moneda nacional, que ha sufrido un fuerte descenso frente al dólar. En círculos muy diversos de la sociedad se desconfía de que el actual Gobierno pueda levantar la economía de su estado desastroso.
No es posible considerar sin inquietud que el peronismo ocupe de nuevo el primer lugar en la política argentina. No solamente por razones derivadas de su pasado. Gracias al confusionismo que siempre le ha caracterizado, estaba en buenas condiciones para dar cauce a un descontento generado por causas distintas, incluso contradictorias. Pero un sistema político democrático, sobre todo en su etapa de puesta en marcha, necesita que el juego electoral se desarrolle entre opciones capaces de hacer frente a los problemas nacionales. No es positivo que los votos se unifiquen por un rechazo al Gobierno, con escasa posibilidad de crear una alternativa real y democrática.
El peronismo, fenómeno sui géneris argentino en el período que ha seguido a la Il Guerra Mundial, ha causado ya, en anteriores coyunturas, daños trágicos y duraderos. Su abigarrada ideología, alimentada sobre todo por el populismo y el nacionalismo, ha encarnado sentimientos y aspiraciones de grandes masas: el deseo de vivir mejor de sectores explotados, una exaltación patriótica en una fase de decadencia del papel internacional de Argentina. Pero nunca ha tenido un programa político viable. Perón pudo realizar una política social aprovechando las vacas gordas del auge de posguerra, y enraizar así su influencia en el nuevo proletariado. Pero desde entonces, el peronismo se ha alimentado con la fuerza de un mito, de una ilusión. Cuando pudo gobernar, su balance fue desastroso, y preparó el retorno de las dictaduras.
Sería absurdo aplicar ese esquema del pasado a la situación actual. Está por ver hasta qué punto la corriente renovadora dentro del peronismo, que ha cosechado en las últimas elecciones los mayores éxitos y se ha fortalecido, logra dar a ese movimiento una mayor seriedad como fuerza de gobierno. La cooperación que Raúl Alfonsín desea promover entre el Gobierno, ahora minoritario en el Parlamento, y la oposición peronista, es una experiencia nueva, cuyos frutos son difíciles de prever. En todo caso, la jornada electoral del domingo no es motivo de alegría para los amigos de la democracia argentina.
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