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Colmenar: la mitad de la mitad

Algarra / Litri, Camino, AparicioLa actuación de los continuadores de tres dinastías taurinas había levantado tanta expectación en Colmenar y sus alrededores que se agotaron las entradas.. Luego, los teóricos fastos y hazañas de los diestros se quedaron, remedando el refrán español, en la mitad de la mitad.

La culpa fue de los novillos de Algarra, presentados muy discretamente y escasos de fuerzas. Con ellos se simuló la suerte de varas: dos picotacitos. Además, su nobleza les llevaba a embestir como carretones, y sin transmitir peligro. Un público festivo y amante de sacar fácilmente los pañuelos completó la triunfal puesta en escena en cuanto a orejas conquistadas por los niños.

Novillos de Luis Algarra, terciados y nobles

Litri: oreja; dos orejas. Rafi Camino: vuelta; dos orejas. Julio Aparicio: vuelta; palmas. Se guardó un minuto de silencio en memoria de YIyo, en el segundo aniversario de su muerte. Plaza de Colmenar, 30 de agosto. Segunda corrida de feria.

El Litri aplicó su consabida tauramaquia de garra, valor y tremendismo auténtico a sus dos enemigos. Al que abrió plaza, más esmirriado y escurrido de los cuartos traseros que el resto, le endosó seis estatuarios, seis, sin rectificar. Seguidos de siete naturales, siete, ligados pero de poca calidad. Menos embestida de la babosa. El novillero terminó su labor de rodillas para calentar al público.

El cuarto, castaño y bocinero, era el más serio del encierro. Aquí el valor de Litri lució más, y en los tendidos se profirieron frases alabando sus atributos masculinos. El novillo también pedía un toreo más hondo.

Rafi Camino obsequió a la concurrencia con sus dos versiones. Cara: con el quinto, al que intrumento una faena mandona y de clase, a pesar de cierto ventajismo. Destacaron sus bellos naturales, trincherazos y doblones con cante. Cruz: en el segundo, al que trapaceó destemplado, codillero y zafio. El engaño en Colmenar, el retorcido cuerpo de Camino en la madrileña plaza de Castilla.

Algo semejante ocurrió con Julio Aparicio. Sorprendió su excelente toreo con el percal. Embebía al animal en sus vuelos, al llegar éste a su jurisprudencia y tras cargar la suerte le dejaba largo y preparado para el siguiente capotazo, dándole salida tras la cadera. Se recreó con la muleta en unos majestuosos pases lentos y con gusto. Hasta el litrazo hizo con éstas características. Fue una labor corta y ajustada. De cinco minutos. Los otros cinco los necesitó para matar, mal, al novillito. Pero con el sexto, que tenía más pies y genio, Aparicio, falto de garra, no se acopló. Sus intentos, en cinco minutos, de toreo desmayado y relajado no cuajaron. Necesitó otros cinco para matarlo, mal.

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