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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La venganza de Miguel Angel

En la página 18 de este diario del pasado 22 de agosto actual figuran unos datos muy instructivos, amenos e interesantes sobre la gloriosa figura del genial artista orgullo de la humanidad, permitiéndome recordar un detalle en su famosa labor artística.Miguel Ángel pintó las figuras desnudas porque el desnudo era el gusto del Renacimiento y, además, porque, como acertadamente decía él, las almas no tienen sastre que las vista. Jesús y la Virgen, santos y santas, bienaventurados y réprobos, aparecían primeramente en el cuadro mostrando claramente los distintivos del sexo.

Quejáronse los cardenales, y especialmente el maestro de ceremonias Biagio de Cesana, alegando lo indecente de tal pintura en la capilla Sixtina, y Paulo III, en vista de la negativa del autor, hizo que alguno de sus discípulos trazase algunos velos que serpentean por el cuadro, cubriendo las partes pudendas más visibles.

Pero Miguel Ángel se vengó. Hay en el Juicio final, al lado derecho, un condenado de gran nariz, melena blanca y aire episcopal, que llama la atención por sus dos orejas de asno y una serpiente que, saliendo de las llamas, se enrosca a su cuerpo. Es el retrato de Biagio de Cesana, el que dirigió la protesta contra la desnudez de las figuras.

El prelado, asustado de verse en el infierno, acudió al papa, rogándole con lágrimas y suspiros que diese orden al "signore Michele Angelo" para que borrara su caricatura del terrible cuadro. Pero Paulo III, el cuñado de Julia Farnesio, que era hombre de buen humor, contestó con gravedad:

-Caro hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarte, pues hasta allí llega mi poder; pero estás en el infierno y me es imposible. Nulla est redemptio.

Y allí está todavía el desventurado Biagio de Cesana, con sus orejas de burro y el serpentón enroscado, maldiciendo, sin duda, la hora en que se le ocurrió vestir a la corte celestial.

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