'Don Giovanni' o la seducción del lujo
Una vez más un espectáculo de Karajan se convierte en lo más solicitado del Festival de Salzburgo. Si los 79 años del maestro se aprecian visiblemente en sus tambaleos al subir al podio o saludar, se evaporan cuando alza las manos en elegante y comedido pero preciso gesto para dar entrada a la Filarmónica de Viena. Seis representaciones de Don Giovanni y tres conciertos sirven para mostrar todavía la vitalidad del gran director.En la ópera de Mozart -una de cuyas puestas en escena se celebró anteayer-, por una vez, Karajan, afortunadamente, ha cedido la dirección escénica a terceros. Hampe, intendente de la ópera de Colonia, ha creado junto a Pagano otro de esos bellos espectáculos a los que nos tienen acostumbrados, muy en la línea del inolvidable Cossi de hace algunos años. El escenario se divide en dos zonas separadas por un muro cortina, lo que naturalmente resulta anacrónico para la época, pero permite desarrollar una escenografía ágil y sugestiva. En primer término, unas paredes móviles y sendas galerías balaustradas a ambos lados de la escena, un poco a modo de mausoleo, enmarcan una acción iluminada con tonos oscuros y tétricos. Tras el muro cortina viene el contraste de la luz viva y los cambios de situación vía los telones de fondo. Éstos llevan indudablemente la firma de Pagano.
Momento muy acertado, aunque por muchos criticado, resulta la aparición de la estatua del Comendador en el transcurso de la cena. De pronto, todos los decorados terrenales anteriores desaparecen y el seductor queda frente al invitado de piedra sobre un trasfondo nocturno de planetas. Es como si el universo entero pidiera cuentas a Don Juan por sus actos. Ya sin ningún decorado concluye la ópera con el sexteto final. Pocas soluciones escénicas mejores se han visto para la ópera de Mozart.
Karajan ha justificado la amplia espera de casi 60 años hasta grabar Don Juan por la imposibilidad de encontrar los cantantes adecuados. Ahora parece estar satisfecho con éstos; sin embargo, quedan muy por detrás de aquellos de que pudo disponer en los años cincuenta. Samuel Ramey posee presencia escénica, bella voz y sabe cantar, pero su linealidad le impide matizar el personaje principal. Anna Tomowa Sintow, aun dentro de una gran musicalidad, denota el paso de los años en una Doña Ana frecuentemente tensa y en ocasiones calante. El Don Ottavio de Gösta Winberg no siempre se halla afinado, aunque la materia tímbrica sea preciosa. El bajo de moda, Paata Burchuladze, impresiona con su potencia, pero a veces le falta la colocación justa. Ferruccio Furlanetto y Kathleen Battle, ésta muy arropada, por el maestro, cumplen con dignidad corno Leoporeflo y Zerlirta, respectivamente. La Doña Elvira de Julia Varady es quizá lo mejor del reparto por voz, línea y caracterización, mientras que el Massetto de Alexander Valta bien se merece la paliza de Don Giovanni por su tosquedad e inadecuación.
Lo malo es que haya lentitud y control a lo largo de casi tres horas, lo que acaba por convertir el Don Giovanni en una especie de descafeinado con mucho azúcar o cuando menos en un tedio de lujo; y la ópera de Mozart encierra bastante más.
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