Una brillante simpleza
Sabemos que una risa palurda brota instantánea con sólo ver a Pepe Isbert o Tony Leblanc vestidos de pistoleros, pero de eso a considerarle mayores méritos a la idea media un abismo, tres precipicios y ocho barrancos. Parodiar el Oeste es fácil; por eso mismo, parodiarlo bien es muy difícil. Hasta los mismos norteamericanos, tantas veces tan brillantes en la comedia, se han estrellado sin remedio cuando han puesto el western bajo el signo de la parodia en filmes como La batalla de las colinas del whisky o El Oeste loco, aunque hay que reconocer que ahí se necesitaba un plus de inventiva y agudeza en el guión, puesto que, a diferencia de Isbert o Leblanc, Burt Lancaster y James Coburn, ataviados según el caso, son presencias habituales en los westerns de corte serio.
Tres amigos
Director: John Landis. Intérpretes: Steve Martin, Chevy Chase, Martin Short, Joe Mantegna. Guión: Steve Martín, Lorne Michaels, Randy Newman. Fotografía: Ronald W. Browne. Música: Elmer Bernstein. Estadounidense, 1987. Estreno en Madrid, cine Capitol.
Lo de Chase, Martin y Short ya va más allá. Es, casi, parodia de parodia. Por lo que a la indumentaria se refiere, estamos ante un festival hortera de rancheras. Y la película toda no es otra cosa que una farsa desproporcionada, incluso un disparate, que toma Los tres caballeros de Walt Disney y Los siete magníficos de John Sturges, con algo de Roy Rogers y Gene Autry de propina, para fusionarlos y convertirlos en tarta de fiesta mayor. Y tiene gracia, mucha gracia.
Gusto popular
John Landis lo ha demostrado siempre. Aunque su anterior obra, Espías como nosotros, debía haberla pulido más, tiene talento. No tiene obras maestras, ni falta que le hacen. Su cine navega por los rumbos del actual gusto popular norteamericano, consciente de su alcance y limitaciones. Posee la médula espinal que fluye de las evanescencias televisivas de Saturday night live -programa estrella que marcó el rodaje de varias celebridades de la comedia de hoy, los protagonistas de Tres amigos entre ellas- y sus consecuencias aparentemente triviales. De trascender esa trivialidad se trata. Landis -su mérito es ése- lo hace a cara descubierta.
Las payasadas, que empiezan en una horrorosa canción que ha compuesto Randy Newman y siguen con las idiotas gesticulaciones de nuestros tres héroes de pacotilla a modo de presentación circense, corren directas al epicentro infantil que todo espectador posee en algún lugar de su sensibilidad. Tres amigos está llena de simplezas, como el cumpleaños del Guapo o la antológica escena de la planta cantarina y el espadachín invisible. Pero hay simplezas pedestres y simplezas brillantes. Sin serlo en exceso, la de Landis es brillante; constituye un pasatiempo saludable al que jamás debería reprochársele su intención bien conseguida: el entretenimiento.
Babelia
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