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El PCI, en busca de un futuro mejor

Las elecciones italianas, que, aparentemente, no han desviado los votos de los electores más que unos pocos puntos, han llevado la tempestad a las dos fuerzas numéricamente mayores: la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano. Mientras que para la primera se trataba de registrar y tomar en cuenta la consolidación de los socialistas, y, por tanto, del fin de la época en la que el primer partido italiano elegía a su placer las alianzas, para el partido comunista la pérdida de tres puntos largos, mientras que el Partido Socialista Italiano los conquistaba, han hecho estallar todas las contradicciones internas. Éstas se refieren a su identidad (¿para qué sirve un partido comunista en la segunda mitad de la década de los ochenta?) y a la estrategia (¿cuál debe ser su fin, qué objetivo tener en la sociedad madura posindustrial?).La discusión ha sido tanto más dura y complicada porque el partido comunista había esperado -si no explícita, al menos implícitamente- una reducción de las fuerzas socialistas que, como sabe, no parecían superar nunca su 11 % o 12%, dándole a Bettino Craxi más una renta de situación que una fuerza efectiva. Cuando el PSI ha ganado tres puntos tras cuatro años de gobierno moderno, bastante duro con las clases populares (reducción del gasto social, endurecimiento de la fiscalidad, supresión de la escala móvil por el referéndum de 1985), los comunistas se han visto obligados a plantearse numerosos interrogantes.

El mismo día en que se conocían los resultados, el 15 de junio, las primeras declaraciones de Achille Ochetto, de la secretaría del partido, confirmadas más tarde por Alessandro Natta, reconocían las pérdidas del partido comunista y la "calidad social de las mismas"; pérdidas entre los obreros, los jóvenes, en las zonas tradicionalmente fuertes no menos que en las débiles; en resumen, pérdidas generalizadas. Su diagnóstico en la televisión y en la Prensa sobre el partido fue: el PCI paga su pérdida de contacto con su base tradicional de los asalariados y, por un lado, entro los marginados (creciente número de parados y paro juvenil) y, por otro, con "las nuevas figuras sociales", los técnicos y cuadros de "la nueva revolución industrial". Es decir, un sector real o potencialmente de izquierdas (y no solamente el tercio excluido del diagnóstico de Peter Glotz sobre la sociedad moderna), que no se reconoce en la política del PCI, demasiado blando en la oposición, demasiado cercano de los otros partidos en las prácticas de discusión contra el Gobierno central o en los Gobiernos locales, en suma, demasiado "homologado" a los otros partidos de lo que en Italia llama il Palazzo (el Palacio), la sede simbólica del poder político.

Discusiones tempestuosas

Pareció y era un indicador de izquierda: en la misma semana, las federaciones (el PCI tiene todavía un millón y medio de afiliados) se reunían con discusiones tempestuosas, impugnando a los grupos dirigentes, acusados de desgastarse en sus negociaciones con las cúspides de los otros partidos, acudiendo, bien a los socialistas o a los democristianos, para llevar adelante la legislación y la administración regional o municipal. De esta manera, tras algunas reuniones tumultuosas de la dirección, se llegó pronto a una reunión del comité central y de la comisión central de control (de unos 190 miembros). Ésta acabó con una clamorosa grieta en el voto final: 60 de ellos no estuvieron de acuerdo con la propuesta del secretario Natta. Ésta apuntaba, aunque con cierta prudencia, en la dirección antes mencionada y proponía como vicesecretario del partido a Achille Ochetto. De por sí, este nombramiento no debería haber sido nada extraordinario (Ochetto ocupaba prácticamente estas funciones) si no hubiera significado un ascenso para él y no para Giorgio Napolitano, jefe del grupo parlamentario por un largo período y responsable de los asuntos exteriores. En conclusión: parecía que Natta apuntaba a una sucesión de tendencia más izquierdista para irla madurando con vistas al próximo congreso. Por esto, Napolitano y muchos cuadros de la derecha de Amendola votaron en contra y el debate fue duro. Se concluyó fijando otra reunión para finales de julio, a fin de presentar un documento sobre la línea política.

Esta sesión se celebró la semana pasada sin conseguir redactarlo y pronunciando una especie de voto de confianza a favor del secretario Natta. Sin embargo, las relaciones de fuerzas parecían trastornadas. La primera versión hacía muchas concesiones a la derecha, proponiendo más que una alternativa en el sentido de la tercera vía de Berlinguer (una alianza con la izquierda, pero con fuertes connotaciones sociales), una alternación, esto es, un acuerdo con el partido socialista y las formaciones menores que hoy constituyen una alianza en el Parlamento sobre la moratoria nuclear. Aún más, en una entrevista conjunta aparecida en el semanario Espresso de Aquille Ochetto, vicesecretario del PCI, y Claudio Martelli, vicesecretario del PSI, los dos habían manifestado la necesidad de reanudar el tema histórico de la unificación de los dos partidos.

Menos inscripciones

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También iba en el mismo sentido la propuesta de reorganización de los grupos dirigentes. Se habló de crear un secretariado reducido, compuesto de cuadros de todos los matices, y mientras parecía entendido que la comisión para el programa estuviera dirigida por un cuadro de la tendencia Ingarao, Alfredo Reichlin, se le confiaba a éste tan sólo la coordinación -primus inter pares-, conjuntamente con Giorgio Napolitano. Todo esto quedaba bajo la dirección, de una parte, de Natta y Ochetto, y de los jefes del grupo parlamentario, de la otra. El programa a elaborar era la presentación de una amplia perspectiva sobre los principios para una convención que asumirá los caracteres de un congreso.

El de Natta reanudaba, aunque con cautela, el problema de la reunificación de los socialistas. Mientras en el Senado y en la Cámara el PCI votaba contra el Gobierno, hacía muchas aperturas hacia los socialistas a partir de una postura de libertad crítica.

En conclusión: esta vez era Pietro Ingrao, jefe histórico de la izquierda, el que votaba en contra. Sólo cuatro de sus partidarios votaron con él. La reunión del comité central acabó pronto, con silencio y mal humor. Éste es particularmente fuerte entre los cuadros menores y afiliados y se registra, por segunda vez, una baja en las inscripciones.

En septiembre se reanudará la discusión, e interesa a todas las fuerzas políticas. El PCI, efectivamente, no está destinado a dividirse, como los otros partidos comunistas europeos, entre un ala prosoviética de izquierda y un centroderecha, sectario, pero dispuesto a acuerdos de gobierno.

Dos opciones

En Italia, el ala filosoviética no cuenta. Las dos opciones que se presentan son más interesantes. La derecha se pregunta si un partido comunista tiene todavía un papel en esta fase histórica y marcha prudentemente hacia una unidad de acción y más tarde a la unificación con el partido socialista, a fin de crear una fuerza laica y reformadora, muy prudente y modernizante, más fuerte que la Democracia Cristiana.

Esta tendencia da por descontado que registraría pérdidas por la izquierda, pero está convencida que la nueva fase debe ser bipolar en cuanto a los partidos, acercando así a Italia a las otras democracias europeas.

La izquierda piensa que el caso italiano no está cerrado y que el partido comunista debe reunificarse con nuevas peticiones sociales, no solamente con los marginados, sino con las nuevas figuras productivas, con los jóvenes, las mujeres, los verdes, hacia una sociedad alternativa del actual sistema. Para esto no son válidos los métodos del octubre rojo, pero el partido debe satisfacer las exigencias de esta nueva sociedad, reforzado por el punto muerto al que parece haber llegado el progreso de la industrialización. En resumen, se trata de una versión más radical que la izquierda del Partido Socialista Alemán (la tendencia La Fontaine), y está ligada a la tradición abierta y gramsciana del partido italiano.

La convención anunciada podrá ser o no un Bad Godesberg italiano o la fundación real de la tercera vía. Esto afectará, sin duda, a los planteamientos europeos sobre estos puntos.

Traducción: Javier Mateos.

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