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El color de la justicia

Una mujer británica, Lorna Mcintosh, ha tenido un aborto porque ya no podía soportar la tensión de esperar a que los funcionarios de inmigración fueran a dejar que su marido siguiera con ella en el país en el que ella había vivido durante muchos años y donde su primer hijo se había educado y nacido. El país en que ha ocurrido esto es Gran Bretaña. Es una historia corriente en tanto en cuanto las víctimas son de raza negra. Nuestras leyes de inmigración han sido injustas desde hace largo tiempo, al menos desde que el Gobierno laborista de 1968, sacrificando sus principios, decidiera no admitir a los asiáticos de Kenia. Defender la aplicación de estas leyes requiere una considerable desvergüenza incluso bajo las reglas del mundo de la política. Hombres a los que se supone honestos y decentes como el señor Hurd y el señor Renton, el ministro directamente responsable del tratamiento de la familia McIntosh, deben llevar a cabo una política indecente y deshonesta. ¿Por qué? La respuesta radica en la corrupción del lenguaje que ha acompañado a los sucesivos controles de la inmigración. Como fueron introducidas oríginalmente para propiciar los prejuicios de muchos de los votantes, las modernas leyes de inmigración han sido curiosamente enmarcadas. Los inmigrantes no son gente como nosotros. Los que se casan con ellos dejan de ser gente como nosotros y no pueden esperar el poseer los derechos que nosotros tenemos., 13 de agosto

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