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DANZA

El mal tiempo desluce el Festival de Danza de la Grand Place, en Bruselas

La lluvia ha sido el principal protagonista en todos los festivales europeos del verano. Aviñón y Montpellier, en Francia, y Bruselas, en Bélgica, han debido suspender algún día los espectáculos a causa del mal tiempo. En Bruselas, donde la lluvia es algo cotidiano y hasta normal en esta época del año, el Festival Internacional de Danza, de la Grand Place vio frustrarse su primera representación, la compañía Indianos Tonagul, que debió compartir cartel el segundo día con el Ballet Contemporáneo de Bruselas, que dirige la española Karmen Larumbe.

La Grand Place es un escenario ideal -siempre que la veleidosa meteorología lo permite- para la representación de danza en el verano. El Festival Internacional de Danza cumple en 1987 su quinta edición y se consolida como un modelo de evento modesto y coherente.El cartel atrae diariamente a más de 3.000 personas, que ocupan gratuitamente las sillas y el graderío que cada año el Ayuntamiento coloca, orientado al oeste, sobre la espléndidas fachadas del seiscientos.

La segunda noche del festival, el día 23 (en realidad la primera efectiva), se abrió con el grupo Indianos Tonagul, un grupo seudofolclórico de argentinos residentes en París. El espectáculo, de factura. contemporánea y con bellas canciones tradicionales de fondo, es una ensalada ecléctica donde aparecen desde el flamenco mimetizado al trepidante zapateado argentino. Especialmente brillante y quizá lo más auténtico de la noche fue el número de las boleadoras.

Le siguió el mismo día el Ballet Contemporáneo de Bruselas con un programa algo diferente del previsto, abierto con una secuencia de dos pasos a dos de muy buena factura creados por la propia Larumbe, en la que destacó el bailarín Juan de Torres.

El final de la noche fue Nuevo tango, en una versión más desenfadada y eficaz que la vista en Madrid en 1986. El aire libre contribuyó a que los números de tango de Astor Piazzola adquirieran un color fresco.

La noche del 24, precedida por una lluvia pertinaz durante todo el atardecer, fue para el Ballet Du Nord, una joven compañía francesa que está bajo la dirección del cubano Alfonso Catá. El Ballet Du Nord les presentó un programa mixto lleno de exigencia. La plantilla es casi adolescente, y las chicas están mucho mejor preparadas que los chicos, un gran drama compartido por muchas compañías de ballet del mundo.

Hubo un espectador de excepción la noche del 24: Maurice Béjart, el director del Ballet del Siglo XX, que se confundió entre la masa de bruselenses y presenció hasta el final la representación.

Apenas diez minutos antes de que terminara el espectáculo, una lluvia muy parecida al calabobos santanderino hizo su aparición y la pieza de cierre del Ballet Du Nord terminó antes de lo previsto. Era el Glenn Miller Time, graciosamente armada por el norteamericano Jhon Clifford, sobre temas originales del famoso músico y director de orquesta.

Anteriormente se habían visto Concerto Barocco, de Balanchine, correctamente interpretado y un breve paso a dos con aire de tarantela de alto virtuosismo.

Béjart, que está en Bruselas de paso, "para terminar de hacer las maletas y empaquetar libros y discos", según declaró a este periódico en la misma plaza, fue objeto hace apenas unas semanas de una amplia despedida en el teatro de la Moneda, hasta el mes pasado sede habitual de su compañía, donde prometió, entre aplausos, volver cada año a esta ciudad para representar una temporada habitual de ballet.

El famoso coreógrafo marsellés levantó una amplia polémica al anunciar que se marchaba de Bruselas después de 25 años de labor ininterrumpida. Béjart ha hecho efectiva su retirada, acompañada de casi un centenar de personas entre bailarines y técnicos, para establecerse en la ciudad suiza de Lausana, donde continuará la actividad artística, pues a pesar de la separación, Béjart conserva para sí el nombre de Ballet del Siglo XX.

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