Esplendor barroco en Segovia
ENVIADO ESPECIALDesde el pasado jueves, día 16, y hasta el día 22, se desarrollan en Segovia los recitales y conciertos de la XVIII Semana de Música de Cámara. Este año, los dos primeros programas daban el tono y el nivel general del ciclo: música barroca, seleccionada cuidadosamente y bien interpretada, que convocó numeroso público en el patio de armas del Alcázar.
El grupo Zarabanda, como otros internacionales de su especie, gira en torno a una personalidad: Álvaro Marías. Todo lo demás es aleatorio en cuanto a la formación y en cuanto a los nombres, siempre -eso sí- de verdadera garantía. Esta vez, con Marías -su orientación y su intervención como flautista- intervinieron Renée Bosch (viola de gamba), Françoise Lengellé (clave) y la soprano española María Villa.
Que no sonara como tal, sino como vivencia inmediata, puede ser, entre otros, el mayor elogio a este grupo. Las cantatas del organista y compositor inglés William Croft (1678-1727), los alemanes Telemann y Johan Christoph Pez, el veneciano Vivaldi o el italianizado Haendel (Nel dolce dell'oblio), en su vecindad sustancial y su real diversidad, evocaron toda una época. En el campo de las formas instrumentales, las sonatas de Geminiani y Corelli, o esa página de alta poética que es El ruiseñor enamorado, de Couperin el Grande, se alzaron como ejemplos insuperables.
Dos solistas españoles, pertenecientes al grupo La Folía, prosiguieron al día siguiente el discurso barroco: Pedro Bonet, flauta, y Patricia Escudero. Independientemente de sus valores individuales, atinan a la hora del repertorio para juntar los autores más" divulgados con otros hasta ahora menos frecuentes, tal como el excelente Gian Paolo Cima, milanés, contemporáneo de los venecianos Negri y Marini, entre un grupo muy amplio cuya música se publica a mediados del siglo XVII. Se ha hecho habitual, por fortuna, el nombre de Bartolomé de Selma y Salaverde, sobre el que ya escribiera Mitjana en 1918, cuyas canzoni, publicadas en Venecia (1638), con tanto elogio después recibiría de todo el mundo.
En medio de esta herencia -cultivada también por el dúo Cabrera-Dilworth, de órgano y trompeta, y en parte por los Virtuosos de Londres-, el Cuarteto Enesco ofrece obras de Haydn, Mozart y Debussy, y la pianista soviética Elisabeth Leonskaja reparte su programa entre Schubert y Mussorgsky. La memoria de los maestros Federico Mompou y Andrés Segovia, muertos hace sólo semanas, contará con el fervor del gregoriano cantado por los monjes de Santa María del Parral.
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