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Venecia acoge las esculturas-juguete de Jean Tinguely

Una exposición de maquinarias aparentemente enloquecidas en la ciudad del silencio

Juan Arias

La primera gran exposición antológica en Italia de Jean Tinguely, uno de los protagonistas más originales del arte contemporáneo y autor de las obras "alto destructivas" como Homenaje a Nueva York, fue inaugurada ayer en el Palazzo Grassi de Venecia. El viernes, las puertas del Palazzo Grassi, considerado, considerado, tras su restauración por la Fiat, una de las galerías de arte más prestigiosas del mundo, se abrieron para la Prensa internacional. Tinguely, vestido con un mono azul de mecánico, explicó sus obras geniales con sencillez, paciencia y humor a cerca de 300 periodistas de todo el mundo.

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Creador de máquinas que pintan o lanzan balones al aire, el autor, escultor y pintor, nacido en Friburgo en 1925, y que ha expuesto ya en más de 100 galerías del mundo, supo ironizar con los periodistas. Es difícil explicar la obra de Tinguely, que se considera a sí mismo un "vagabundo" y que ayer expresó el deseo de astuta ingenuidad de que sean pocos los que visiten su exposición "para que sus máquinas no se cansen demasiado".Sus obras, a las que llama esculturas, se parecen más bien a juguetes enloquecidos, algunos de pocos centímetros, otros hasta de 11 metros de largo por tres de ancho, como el Homenaje a la hoja muerta. Son en apariencia como cacharros curiosos, pero que infunden, sin embargo, una mezcla de terror y de simpatía al mismo tiempo. Son como máquinas a las que se les mueven las tripas, pero cada trozo con un ritmo distinto. Están hechas de todo. Casi siempre de cosas viejas y usadas: llantas de coches, ruedas de bicicletas, palanganas, orinales, viejos tambores, pedazos de motores, trozos de muñecas, plumas de pájaros, calaveras humanas y de animales como caballos, ovejas y vacas. Y al moverse a través de complejos o sencillísimos engranajes producen ruidos, sonidos, quejidos, golpes imposibles de definir. "No es música", dice Tinguely. Pero tampoco es ruido. Es algo más.

La exposición lleva el título significativo de Una magia más fuerte que la muerte. Curiosamente, Tinguely ha estado hace sólo unos meses entre la vida y la muerte, de la que se ha salvado sólo gracias a una dificilísima operación en el pulmón y una increíble fuerza de voluntad.

Alguien decía ayer visitando la exposición que si no se supiera que aquellas diablerías las ha hecho un gran artista se podría pensar que habían sido ideadas y creadas por los habitantes de algún manicomio. Porque, en efecto, es tal su genialidad que recuerdan una locura, algo irracional, donde todo parece que se mueve por su cuenta, sin sincronismos, como piezas de un mecano enloquecido. Pero, al mismo tiempo, movimiento, sonido y estética se armonizan más allá de sus apariencias.

Ansia y movimiento

Hay quien dice que Tinguely crea a veces como bajo hipnosis, que es capaz de burlarse hasta de su sombra. Adora los coches, sobre todo los Ferrari; le gusta contemplar la fórmula 1, el movimiento total, que es el título de una de sus obras, pero al mismo tiempo toda su creación es como una condena de nuestra generación, enloquecida por el movimiento sin rumbo, por las máquinas sin sentido, por lo primero de una vida caracterizada por el ansia.La exposición estará abierta hasta el 18 de octubre. Para Italia será la primera ocasión de enfrentarse con uno de los artistas contemporáneos más discutidos y originales. Y a juzgar por las primeras impresiones de la crítica, todo hace pensar que la intuición de Pontus Hulten, director artístico del Palazzo Grassi, de abrir sus puertas a Tinguely tras el éxito de las exposiciones anteriores de El futurismo y Arcimboldo será recompensada con un triunfo de público. Y una vez más Venecia vuelve así a presentar con esta exposición su eterna paradoja: la ciudad más quieta, el paraíso sin coches, donde aún se puede distinguir en la calle el rumor del paso del hombre o de una mujer, la del ritmo de cuna de sus góndolas, la interior, la visceral, ha podido dar hospitalidad, sin inmutarse, al genio del movimiento, a la escultura frenética, al arte hecho de cosas viejas e inútiles, feas, oxidadas, recogidas en la basura. Y, a su vez, el rey de la Fiat, Gianni Agneli, que ha sembrado las carreteras de medio mundo con sus juguetes de la velocidad, no ha tenido empacho en abrir las puertas de su mágica galería veneciana al artista que con mayor fuerza y capacidad burlona condena la inutilidad de los objetos y el vacío de nuestra edad tecnológica.

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