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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Peor sería no verlo

Le miré discretamente, y era joven. O por lo menos lo que a mí, desde este otro lado, me parece un joven. Sin embargo, se sabía de memoria las entradas, algunas frases, todas las melodías de La verbena de la Paloma; algo, por tanto, existe o se sigue transmitiendo de esta obra sagrada del madrileñismo. Este tipo de espectador, junto a otros más metidos en la nostalgia, formaba el público con que se inauguró La Corrala; y Los Veranos de la Villa. Una fiesta madrileña con todas. sus carencias: mal sonido, escenarios desparramados por todo el lugar histórico, buenas voces -arrastradas algunas hacia el bel canto; cortas las más-, pero mal adecuadas a su propia reverberación, no siempre acordadas entre sí y con la orquesta; mal dichos los excelentes diálogos de Ricardo de la Vega; perdidas; las sitiaaciones compactas por la lejanía de los escenarios simultáneos; rota la unidad de la obra por el injerto de un chotís ajeno -para alargar un poco el tiempo, para aprovechar a Marujita Díaz, que no se iba a quedar sólo con la úrlica intervención de la cantaora-; partida por un descanso innecesario a no ser para la venta de cenas -bolsas de picnic, las llamaban: 600 pesetas el gazpacho y el pollo frío, o la tortilla y los fiambres- y de bebidas, de chocolate y churros; hasta de efectos madrileños -bastoncillos, gorras, pañuelos de cuello-. Una fiesta, al fin: y eso cuenta si el que está en ella participa-y participaron- y se añade personalmente al espectáculo.

La verbena de la Paloma

Autores: Ricardo de la Vega y Tomás Bretón. Intérpretes: Sergio de Salas, Maruja Díaz, Alficinso del Real, María Isbert, Antonio Burgos, Marisol Lacalle. Dirección musical: José Antonio Torres. Dirección de escena: Antonio Burgos. La Corrala. Los Veranos de la Villa, 8 de junio.

Fiesta madrileña

Pronto se vio que todo lo que había de chapuza -aun trabajada, aun disputada al terreno- importaba poco. Quedaba de la verbena rastro bastante para que la memoria y el amor lo siguieran por dentro; quedaba la fiesta. Y los rasgos sueltos de algunos intérpretes: las voces opuestas de Sergio de Salas -ópera- y de Marujita Díaz -la canción-, el cariño por Alfonso del Real, que siempre lo devuelve en trabajo puro, las gracias de María Isbert... La fiesta madrileña, por tanto; el ámbito característico de La Corrala, con el fisgoneo de los vecinos y el murmullo de las conversaciones del público, se consumó con felicidad; gustó a todos y aplaudieron mucho y en pie, aun con las; dificultades serias de la ingestión (le la cena; y probablemente las gradas y las mesas se llenarán de nuevo y producirán otra vez el entusiasmo.Pero nada indica que una mejor calidad, o un mejor aprovechamiento de los rasgos de calidad en el monumento nacional que es la obra y en los intérpretes, una cierta, concesión a la gastronomía -aunque fuese mínima- y unas sillas menos estudiadas para el deliberado tormento, a salva sea la parte, no hubieran redundado en algo mucho mejor y más memorable. Pero lo que hay, se toma, y algo se aprovecha. Peor sería no verlo.

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