Más sobre la Academia
Hace unos días apareció en esas mismas páginas el bien redactado texto de una entrevista conmigo, cuyo tema principal era la presentación al gran público lector del prometedor trance en que hoy se halla la Real Academia Española, frente al empeño de cumplir con actualidad y eficacia el más importante de sus fines: la publicación del diccionario oficial de nuestra lengua. Pero el título que periodísticamente se dio a esa entrevista -que la Academia empiece a funcionar- podría ser interpretado como una tácita afirmación mía de que la Academia no funciona. Esta ineludible sospecha me obliga a formular algunas precisiones. Y, unida a, ella, mi acaso ingenua convicción de que los problemas tocantes al buen uso del idioma interesan a gran parte de nuestro público culto.Decir que la Academia no funciona sería cometer una injusta falsedad. La Academia funciona desde su fundación en 1713, y bien lo demostró el celo con que ya, en 1714 se dispuso a componer el que más tarde sería llamado Diccionario de Autoridades. Vale la pena recordar el texto con que Felipe V acogió la propuesta de elaborarlo. Siguiendo la tradición intelectual de su país de origen, el rey consideraba ser parte "de la entera felicidad de una Monarquía" el florecimiento de las ciencias y las artes, las cuales, decía, no serán socialmente eficaces "sin que primero se hayan escogido con sumo cuidado y desvelo los vocablos y frases de Mejor nota, advirtiendo las anticuadas y notando las bárbaras o bajas"; con lo que "se conocerá con evidencia que la lengua castellana es una de las mejores que hoy están en uso, y capaz de tratarse y aprenderse en ella todas las artes y ciencias, como de traducir con igual propiedad y valentía cualesquiera originales, aunque sean latinos o griegos".
Con calidad y eficacia variables, desde entonces ha venid funcionando la Academia, para demostrarlo ahí están, entre tantas otras publicaciones de interés, las 20 ediciones de un diccionario que ha servico y sirve de pauta y término de referencia a todos ¡os hablantes cultos de nuestro idioma. De otro modo no sería comprensible la avidez del editor de la República Dominicana que acaba de piratear la edición vigésima de él. Y pensando que hasta el golpe de timón que a la confección del diccionario usual dieron don Ramón Menéndez Pidal y don Julio Casares -eran lexicógrafos aficionados y no lexicógrafos técnicos los que en ella intervenían-, necesariamente ha de admirar el hecho de que nuestro diccionario, aun siendo deficiente, haya conservado en medio de las críticas su prestigio y su esencial función normativa.
Pero desde ese discreto y sabio golpe de timón, cada vez se ha hecho más patente una doble exigencia: que en la composición de la Academia tengan presencia numéricamente suficiente los técnicos del idioma y que la confeccióri de nuestros dos diccionarios principales, el usual y el histórico, sea realizada de acuerdo con el actual saber lexicográfico y con las posibilidades que la técnica actual ofrece. Por fortuna, parece que el Gobierno y la sociedad, ésta a través de la Asociación de Amigos de la Real Academia Española, van a permitir el cumplimiento cabal de la segunda de esas dos exigencias; el Ministerio de Educación y Ciencia, con la creación de un Instituto Nacional de Lexicografía al servicio de la Real Academia Española, y la Asociación de Amigos contribuyendo generosamente a la adecuada preparación de la edición del diccionario usual -la vigesimoprimera-, que ya llamamos "del Quinto Centenario". Con la publicación de una gramática a la altura de nuestro tiempo y la necesaria aceleración de la salida del diccionarío histórico, tal es el reto y tal la responsabilidad que la Real Academia Española tiene hoy ante sí.
Más de una vez he mencionado la certera ordenación que de la difusión social del saber estableció Schleiermacher. En los países cultos, escribió este filósofo y teólogo, el saber se di funde socialmente a través de tres instituciones: la escuek, la Universidad y la Academia. La escuela enseña y no investiga, la Universidad enseña e investiga, y la Academia debe ser el lugar en que los sabios se comuniquen y discutan entre sí el resultado de sus trabajos. Pensaba Schiciermacher, como es obvio, en el modelo germánico de la Academia, un poco diferente del francés y el italiano. Pero, con las variantes de rigor, en todas puede y debe ser practicada esa noble manera de enterider la función académica. Ella es, por lo menos, la que el prirriero de los fines estatutarios de la Real Academia Española -"velar por la pureza, propiedad y esplendor de la lengua castellana, investigar sus orígenes, fijar sus principios gramaticales..."- impone a los miembros que la componen. Porque lo que éstos han de comunicarse y discutir entre sí, cada cual. con su saber y su experiencia, es el resultado de su personal juicio acerca de las palabras que la sociedad va constanterritrite añadiendo al caudal de idioma. Y, lo que es más grave y difícil, acerca de las palabras que día a día deben serle añadidas, para que el idioma común sea todo lo que el animoso Felipe V quería y esperaba de él.
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