Las terrazas
Tantos años sin otro punto de veraneo nocturno que la terraza del Gijón y ahora la Castellana se ha convertido en un ferrocarril de terrazas que, realmente, empieza en el Prado, atraviesa Recoletos y sigue por la Castellana propiamente dicha, hasta los antiguos altos del Hipódromo. Parece que las terrazas de verano superan, en extensión e intensidad, en un 300 por ciento, a las del verano pasado. Si se hubieran concedido todas las solicitudes, las terrazas llegarían de La Mancha a la sierra. ¿Y qué locura es ésta de las terrazas? Uno, sociólogo peatonal, se sienta mucho en las terrazas, por la noche, o a la caña de la tarde, cuando las niñas (creo que también hay niños) con antena parabólica y monopatín. Uno ha: hecho su elernental sociología de las terrazas, dividiéndolas o multiplicándolas en tres mundos: terrazas tradicionales (Gijón, Te¡de), terrazas posmodernas (de El Espejo en adelante) y terrazas/Serrano, que son las ocupadas en la orilla derecha por cierta juventud del barrio de Salamanca, ya saben, ese tipo de chico que lleva zapatos de tafilete color sangre de toro en el pie desnudo y fino. Luego está el excipiente de familias y víudas que han bajado a merendar o a tomar la fresca, y que hablan mayormente de enfermedades. Pero el grueso de las terrazas, evidentemente, lo da la posmodernidad, esa juventud que encuentra hortera irse de Madrid en verano, que duerme de día y sale de noche. El precedente de las terrazas está en el marqués de la Valdavía y otros degustadores de la noche agosteña de Madrid, cuando no hace ni frío ni calor, cuando el clima no existe y, por lo tanto, el tiempo tampoco. Las terrazas de la Castellana (que nada tienen que ver con otras terrazas madrileñas, por ejemplo las de la Grail Vía), son una tierna barricada de mimbre y horchata contra la ciudad recrecida y manhattanizada, un dulce parapeto, de la noche contra la hostilidad del día, cuando luce el sol atroz de las multinacionales. Las terrazas son el penúltimo mundo de Guermantes de una juventud que seresiste a crecer, a matar, a morir. Una tertulia longitudinal, de varios kilómetros, donde la nuieva generación se sienta a ver pasar el cadáver de la anterior, tomando té con hielo.
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