La Reina, entre los músicos
ENVIADO ESPECIAL, La presencia de la Reina en el festival granadino supone mucho más de lo que suele imaginarse. Doña Sofía no asiste simplemente, ni se limita a ser egregio testimonio, sino que se integra en la colectividad musical como la primera melómana española.
Anteanoche, en el reconstruido centro Manuel de Falla, visitó con acusado interés la exposición Rubinstein y España, de la Fundación Albéniz, promovida por Paloma O'Shea y el Banco de Santander, y evocó su amistad con el gran pianista, polaco; recordó, cómo no, al gran Andrés Segovia, sobre el que ha escrito César Alonso un muy bello y humanísimo trabajo; pidió toda clase de datos de identidad del compositor Ramón Roldán Samiñán, cuyo concierto escuchamos luego; departió con otro compositor granadino muy destacado, José García Román; comentó la utilidad que puede tener el próximo ciclo de lecciones magistrales de Rostropovich en Madrid y se felicitó por la rapidez con que el Centro Falla, obra del arquitecto García de Paredes, había sido reconstruido y, a juicio de Su Majestad, mejorado en su estética y su acústica. En una palabra, la Reina está al día de cuanto sucede en nuestra música, se siente junto a los músicos y al lado de la música, que vive con intensa fruición. Es, quizá, el rasgo diferencial de doña Sofía frente a la musicalidad de otras reinas españolas.Que un grupo instrumental de tanta calidad técnica y, estiló afectivo como la Orquesta de Cámara de Tolbuhin monte y estrene una obra de autor joven español es algo que justifica todo un concierto y alaba el criterio de quienes lo organizan. En este caso, se trata del Concierto para piano y orquesta de cuerda de Ramón Roldán Samiñán, nacido en Ceuta hace 33 años, formado en Madrid, radicado en Málaga y ya distinguido con importantes premios nacionales e internacionales.
Me interesó mucho la actitud compositiva de Roldán por lo que tiene de pluriestilística que, no hay que decirlo, es algo bien distinto al eclecticismo; éste tiende a integrar elementos de diverso talante; el pluriestilismo gusta de enfrentarlos en un contraste manifiesto. La parte de piano de esta obra, excelentemente tocada por Alfredo Gil, catedrático del Conservatorio Superior de Málaga, es voluntariamente neorromántica, en tanto la orquesta de arcos sirve un a modo de ambiente vivaz y decorativo, flexible, rumoroso y en línea con alguna página de Francisco Guerrero. Es casi un murmullo sonoro, una tela de araña capaz de mudar e inquietar la significación lírica del piano protagonista. La obra fue bien presentada y recibida y Roldán Samiñán debió saludar en compañía de sus intérpretes.
Magníficos en la suite de Dido y Eneas, de Purcell; en el Concierto para dos violonchelos, de Vivaldi, y en la tercera serie de las Arias y danzas, de Respighi, los instrumentistas búlgaros, que forma y dirige Jordan Datov, se unieron al coro Madrigal de Sofía para interpretar el Gloria de Vivaldi, una de las más bellas páginas religiosas del genial veneciano. Las solistas Vainilla Lazarova y Alis Bovarian demostraron bellos medios vocales, inteligencia y buen estilo, como antes habían lucido su calidad los violonchelistas Kosta Patchev y Svetoslav Stoyanov.
En resumen, una jornada de gran música. La despedida de la Filarmónica de Liverpool, ya dirigida por su titular, Charles Mac Kerras, con el pianista Cyprian Katsaris, constituyó un gran homenaje a los músicos de la Francia españolista: Chabrier, Debussy y Ravel. Pocas veces pueden escucharse las tres partes de Imágenes, de Claudio Debussy, la segunda de las cuales es el tríptico Iberia.
"La verdad sin la autenticidad", decía Falla de este hispanismo distanciado. Su admiración al compositor francés quizá le traicionaba; mejor sería hablar de la belleza sin la verdad ni la autenticidad.
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