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UNA DICTADURA ACOSADA

Un dilema para Reagan

Washington quiere estimular la democracia en Corea del Sur sin que peligren sus intereses estratégicos

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan, como hizo hace más de un año en Filipinas, ha enviado un emisario a Corea del Sur para urgir una solución política de la crisis, sin intervención militar, antes de que sea demasiado tarde para la estabilidad del país y los intereses estratégicos de EE UU. El presidente Chun Doo Hwan parece haber recibido la señal de Washington y anunció la apertura de un diálogo con la oposición. Pero la situación en Corea, igual que en Panamá, refleja un dilema casi insoluble al que se enfrenta EE UU en el Tercer Mundo. ¿Cómo estimular la democracia y los valores morales que defiende en regímenes autoritarios, que le sirven bien, sin que peligren sus intereses estratégicos?

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Gaston Sigur, secretario de Estado adjunto para Asia, tiene el objetivo de persuadir a Chun de que permita elecciones libres, negocie con la oposición e introduzca reformas constitucionales que incluyan la libertad de expresión y la reforma de la ley electoral. "No sólo la estabilidad política, sino también la seguridad de Corea será re forzada por un Gobierno democrático y de base más amplia", afirma el Departamento de Estado. Sigur estima, en contra de algunos observadores, que es muy remota la posibilidad de un golpe militar en Corea. "No queremos ver a los militares implicados, esto lo tienen que resolver los líderes políticos llegando a un compromiso para acelerar la democracia", afirmó Sigur antes de llegar a Corea. Desde Washing ton se insiste en que no se trata de un mensajero como Paul Laxalt, al que Reagan mandó a Manila para pedirle a Marcos que abandonara el poder. Washington confía en que una prudente presión diplomática, la disciplina del Ejército surcoreano, muy dependiente de EE UU, y el bienestar eco nómico del país impidan en la península de Corea un desastre estratégico como el de Irán.

Reagan 'empujó' a Marcos

En Filipinas, ante el peligro de perder sus importantes bases y abrir el camino al poder a los comunistas, Reagan, en última instancia y muy a su pesar, em pujó fuera del poder a su viejo amigo Ferdinand Marcos. En los casos de Corea del Sur y Panamá, las analogías son patentes, pero también las diferencias. La más importante, que ni en Corea ni en Panamá existe el peligro de una guerrilla comunista. La amenaza a Corea del Sur viene del exterior de Corea del Norte. En ambos países, líderes militares, sin legitimación popular pero fuertememte apoyados hasta ahora por Estados Unidos, se enfrentan a una fuerte protesta interna. Son, de alguna forma, como dijo un ex presidente norteamericano refiriéndose al dictador nicaragúense Somoza, "unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta".

El continuado apoyo a Chun en Corea, y a su sistema de sucesión a dedo sin que cambie nada, y al general Manuel Antonio Noriega en Panamá comienza a crear un peligroso antiamericanismo en ambos países, donde las clases medias entienden que Washington apoya la represión y la corrupción. Por otra parte, una presión demasiado fuerte y explícita para provocar su salida puede causar, se teme en el Departamento de Estado, una reacción contraria a la deseada, lo que forzaría a los dos hombres fuertes a redoblar la represión radicafizando la situación a favor de fuerzas izquierdistas. El deseo de estabilidad y, con obsesión, de contención del comunismo explican que EE UU reaccione tarde ante situaciones como las de Corea, sólo cuando ya es imposible dominar la crisis.

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Tanto Corea del Sur como Panamá son aliados firmes de EE UU y geoestratégicamente claves en su dispositivo militar global, incluso más que Filipinas. De Corea depende la estabilidad asiática, el equilibrio en la península coreana y en definitiva, la defensa de Japón. Y de Panamá, el futuro del Canal.

Los dos Gobiernos se enfrentan asimismo a unos disturbios protagonizados por los estudiantes, pero que han conseguido el apoyo de las clases medias, la Iglesia católica y los medios empresariales. Pero, a diferencia de Filipinas, ni en Pánama ni en Seúl hay aún una Corazón Aquino, explican diplomáticos norteamericanos. El régimen de Chun aún controla a los militares que parecen disciplinados, a diferiencia de la última etapa de Marcos, cuando Washington concluyó que el dictador había perdido el control de sus fuerzas armadas.

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