Banderillear de oficio
Samuel D. González, J. A. Castro, MendesToros de Samuel Flores, muy bien presentados, de juego desigual. Dámaso González: dos pinchazos, estocada trasera caída tirando la muleta y descabello (ovación y salida al tercio); cuatro pinchazos y media (silencio). Jairo Antonio Castro: estocada corta caída (pitos); pinchazo, otro hondo y estocada atravesada (algunos pitos). Víctor Mendes: estocada corta muy atravesada y rueda de peones (aplausos y saludos); media tendida caída (palmas y pitos). Plaza de Las Ventas, 6 de junio. 23ª corrida de feria.
JOAQUÍN VIDAL
Parte del público que ayer llenó otra vez (y van 23) la plaza de Las Ventas, se enfadó muchísimo porque Víctor Mendes no banderilleó al sexto toro. Al final tiró almohadillas al ruedo, precisamente por eso. Cuando un matador-banderillero no banderillea, hay gente que lo considera afrenta personal. Para muchos espectadores, los matadores banderilleros han de banderillear de oficio y si no lo hacen, tienen la sensación de que les ha robado la cartera.
Son de oir sus lamentos en el tendido, que parten el corazón: ¿Y ese por qué no banderilla? Pues su obligación es banderillar. He pagado mi entrada y tengo derecho a que banderille. Un guasón mete cizaña: ¿Por qué no banderilla usted, ya que tanto le gusta?. Y el interpelado se carga de razón: Porque yo soy del público y no banderillo; ahora, si usted se anima, le puedo poner un par en todo lo alto. Normalmente no suelen pasar de ahí, pero a veces se alborotan los espectadores por estas menudencias y hay tortas.
La culpa la tienen los propios matadores-banderilleros que, en efecto, banderillean de oficio. Tienen estudiado el número de hacerse los remolones cuando llega el tercio, los peones se van a los medios con los palos en la mano, la gente chilla; cuando ya el griterío se convierte en escan dalera, el matador hace un gesto solemne indicativo de que realizará la suerte, la plaza entera grita "¡Bieeen!", y aplaude frenética
Este número lo inventaron Paquirri y Ángel Teruel, rompiendo con la tradición que imperó desde El Gordito hasta ellos mismos, consistente en que los matadores-banderilleros banderilleaban cuando las características del toro se adecuaban a la mejor realización de la suerte. Y no hacía falta que se lo pidieran: cogían los palos, se iban al toro, se asomaban al balcón, prendían en las péndolas pares soberanos de variadas modalidades, ejecutadas con arte.
Víctor Mendes banderilleó asomándose al balcón a su primer toro; es de los pocos matadores-banderilleros que consuman con esta autenticidad la suerte. Lo de la variación ya no va tanto con él, ni con ninguno: dos cuarteos, uno de dentro fuera; y lo del arte, tampoco: su versión banderillera es atlética, hecha de rapidez al entrar, salto trampolín al clavar, darrera progresivamente acelerada al salir.
Los toros de Víctor Mendes eran muy serios y muy broncos. Al primero de ellos lo castigó con unos ayudados por bajo de superior técnica, como se ven pocos en estos tiempos taurinos que vivimos: embarcar arqueando la pierna, retirar la muleta por debajo de la papada obligando a que el toro gire humillado, meterla en el ijar para que haga la pescadilla y, en fin, se desriñone. Desriñonado, no mejoró la condición del toro, que era probón, como pudo comprobarse en las valientes porfías del diestro por ambos pitones.
El sexto lucía un trapío impresionante, enmorrillado cuello, poderosa culata, terrorífica cornamenta delantera y vuelta. El público lo saludó con una ovación y se guardó las manos en los bolsillos en cuanto comprobó que el aparatoso galán era manso y escapaba, dolorido, del caballo. Tampoco habría sido muy justo cer.surárselo pues cada vez que se acercaba a la barbacana de picar, el artillero Bocanegra le descuartizaba los lomos traseros. Quedó el anirnal borbotando sangre por los boquetes, que le caía en amplia. franja hasta las bragas y el meano y goteaba a la arena dejando reguerillos, allá donde fuera. Bocanegra ahí, Ángel Trinidad en el toro anterior con la misma capacidad destructiva, exhibieron el arte de convertir lomos de toro en filetes rusos.
El torazo sexto, harto de que lo hicieran filetes rusos, se defendía reservón y, Víctor Mendes optó por no banderillearlo y prepararlo para la imuerte con un eficaz trasteo de muleta. Entonces sobrevino la indignación de parte del público.
Todos los toros lucieron el trapío de sus anchuras, de sus agresivas cornamentas, de su seriedad. Pero los hubo nobles. Uno de ellos abrió plaza y Dámaso González le hizo una faena dominadora, ligadísima, templadísima, que incluyó dos circulares empalmados, uno al revés y otro al derecho, que fueron una filigrana. Si mata a la primera hubiera cortado la oreja de ese toro. En el cuarto, menos codicioso, más distraído, a Dámaso González le faltó inspiración para repetir la proeza.
Maravilla de embestida tuvo el segundo de la tarde; embestida pronta al cite, fija en el engaño, suave en el recorrido; embestida soñada para convertirla en toreo de lujo. Pero el diestro que se encontró con ella, Jairo Antonio Castro se llama, no era soñador; era un insustaricial, reiterativo, plano pegapases. Lo volvió a ser en el quinto toro, más dificultoso. Jairo Antonio Castro, llegado de su Colombia natal para reaparecer en Madrid después de cinco años de ausencia, es muy probable que ya haya encargado el billete de vuelta. Ahora bien, algo bueno tiene este torero: no pone banderillas.
Babelia
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