_
_
_
_
Tribuna:QUÍMICA Y RITUAL
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las drogas sin pánico

Fernando Savater

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

¿Interesa realmente el tema de las drogas a nuestra sociedad? La respuesta parece que debería ser estruendosamente afirmativa: constantemente oímos hablar del problema de la droga -así, en singular mayestático y unánime-, se la declara el mayor enemigo de la humanidad en nuestro tiempo, se promulgan tremendas categorías penales contra ella, los cruzados de la causa que la combaten abarcan desde los helicópteros americanos que bombardean las plantaciones de coca en Bolivia (con el beneplácito, esta vez de la progresía clarividente) hasta comunidades ciudadanas exasperadas. Psiquiatras, policías, curas obreros y de los otros, magistrados, etarras, farmacéuticos, todo el mundo nos habla sobre el feroz asunto. Los políticos de todas las tendencias nunca olvidan el tema y cada cual se propone a sus electores como el intocable Elliot Ness destinado a acabar con la plaga.Salvo honrosas excepciones, al seminario de Cuenca no asistió nadie de quienes institucional o vocacionalmente deberían haberse sentidos concernidos por este debate. Parece pues de nuevo obligado repetir la pregunta: ¿interesa realmente el tema delas drogas? ¿Quiere alguien discutir cuáles son, por qué lo son, desde cuándo lo son, cómo son? ¿Es adecuado preguntarse cómo comenzó su prohibición, para qué, en nombre de qué? ¿Es oportuno indagar qué problema suponian antes de su prohibición y que problema han llegado a constituir después de esta? ¿O el caso ha sido ya sentenciado sin necesidad de oir a las partes ni examinar la evidencia disponible? El primero de los ponentes del seminario conquense fue el profesor Albert Hofmann, el eminente químico suizo que descubrió la dietilamida de ácido lisérgico -mundial mente popularizada bajo las siglas LSD- cuando investigaba las propiedades curativas de los alcaloides derivados del comezuelo del centeno para la casa Sandoz de Básilea. Llamado por el poeta y Miédico Walter Vogt, el único invento alegre del siglo XX", el LSD es lo que el doctor Hofmann dénomina una sus tancia enteogénica (literalmente interiorizadora del dios) como otros productos naturales utilizados en rituales chamánicos: así ciertos hongos mexicanos del tipo psilopybe o -las semillas de olóliúqui. El efecto de estas sus tancias consiste en ampliar el registro perceptivo del hombre, re velándole nuevos aspectos de una realidad hasta entonces más reducida por nuestras determinaciones sensoriales. La rígida contraposición sujeto/objeto se transforma al oscilar los límites de 16 que podemos ver, oír, tocar y gustar; la sensación oceánica así inducida puede dar lugar aexperiencias de índole religiosa, de tipo estético o a una profundización de la capacidad introspectiva. El LSD es la más activa de todas las sustancias psicotrápicas conocidas, no produce adicción y no se le conoce dosis por alta que sea de resultados directamente letales. Aunque el más popular de sus propagandistas fue el superficial Timothy Leary, espíritus mucho más selectos, como Huxley o Jünger han considerado esta droga como un potenciador-excepcional de las capacidades humanas. En posteriores estudios en colaboración con Gordon Wasson, el profesor Hofffiann ha creído posible relacionar el LSD con el brebaje kykeoñ que bebían los iniciados de- Eleusis durante la ceremonia de los misterios.

Clásicos y droga

El segundo de los ponentes y director de este encuentro fue el profesor Antonio, Escohotado, autor de una monumental historia de las drogas, a través de las distintas épocas y culturas. El ponente examinó la actitud ante las drogas de los autores clásicos de la antiguedad, que nunca consideraron moral ni socialmente provechosa la abstinencia, sino que recomendaban la sobria ebrietas, es decir, el uso regulado por la fuerza espiritual que busca -con riesgo propio- el conocimiento y la exaltación. Sócrates en el Banquete platónico es quizá el modeláparadigmático de esta embriaguez lúcida. Escohotado analizó después las circunstancias históricamente ambiguas de la interdicción del ópio en China y probó con datos fehacientes que fue esta persecución la que disparé el aumento de consumo, regularizado después cuando éste fue autorizado. Uno de los aspectos más interesantes de la intervención de Escohotado fue su insistencia en subrayar que hoy, a causa del prohibicionismo reinante, ninguna de las drogas que se consumen es lo que su nombre indica, por lo que resultan o totalmente inocuas o incontrolablemente peligrosas.

A continuación intervino Thomas Szasz, uno de los intelectuales más notables de nuestros días en el campo de la investigación médica y de la reflexión sobre la sociología de la medicina. Profesor de psiquiatría en la Universidad de Nueva York, autor de obras que se recomiendan por su título mismo, como El mito de la enfermedad mental, Ética del psicoanálisis, La teología de la medicina y de un tratado sobre drogas ceremoniales, Szasz es un tipo de intelectual desconcertante para los gustos clasificatorios europeos: un liberal radical, de gran preparación técnica y humanística, algo así como un cruce entre Russell y Foucault. Su conferencia versó sobre La moralidad del control de las drogas, precedida por una frase de Casanova como pórtico: "En manos del sabio, el veneno es medicina; en manos del estúpido, la medicina es veneno". En la medieval etapa teocrática, los súbditos aceptaban la unión entre Iglesia y estado; hoy aceptamos la unión entre medicina y estado. La palabra droga no es un término científico, sino una consideración política. Las drogas no son ante todo un problema a resolver sino un. derecho a reivindicar. El Estado no tiene más legitimidad para prohibir ideas políticas, libros pornográficos o doctrinas religiosas que para vetar determinadas sustancias llamadas drogas. La noción fundamental en el planteamiento de Szász es la casi sonrojante olvidada de responsabilidad. la auténtica degradación moral y polítiea no es consecuencia del abuso de ninguna daflina droga, sino de la delegación culpable de nuestra responsabilidad de seres autónomos en manos del Estado. No hay peor adicción que ésta ni de más aciagas consecuencias, como está a la vista de quien quiera ver.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_