Euromisiles , que no se vayan así
Cuando el pasado 28 de febrero, el máximo dirigente soviético, Mijail Gorbachov, manifestó su voluntad de negociar la reducción de los misiles de alcance intermedio instalados en Europa (los SS-20 soviéticos y los Pershing 2 y de crucero norteamericanos), la mayoría de los líderes aliados occidentales acogieron con cierto entusiasmo dicha oferta. La Casa Blanca se encontraba por fin con esa posibilidad que hiciera pasar a la historia a Ronald Reagan como un hombre de paz y no como un vaquero implicado en oscuros duelos, y los europeos, por su parte, recibían un caramelo con el que endulzar electorados bastante díscolos ante la cuestión nuclear. Por lo demás, la oferta, la opción cero, no era un sospechoso invento del Kremlin, sino que respondía a viejas posturas de la Administración estadounidense apoyadas hace seis años por la propia OTAN.Entusiasmos enfriados
Sin embargo, un mes más tarde, los entusiasmos aliados se han enfriado en gran medida, y la opción cero defendida por los dos colosos -esto es, la retirada del suelo europeo de todos los misiles nucleares de alcance intermedio-, parece tan querida como temida: querida, ya que eliminaría unos sistemas de armas controvertidos; pero a la vez temida, porque de no negociarse su retirada conjuntamente con otras fuerzas, en particular los misiles de corto alcance, dejaría a Europa a merced de un desequilibrio convencional que juega en favor del Pacto de Varsovia.
La única vía fiable de disuadir a la Unión Soviética de una agresión sobre Europa occidental consiste en un despliegue de fuerzas y en una voluntad manifiesta de usarlas, llegado el caso, que convenza a los planificadores militares soviéticos de que cualquier ataqué de la URSS, por limitado que sea, conducirá a una respuesta nuclear aliada. Y que una vez iniciada la escalada nuclear, ésta sólo llevará a su destrucción, aunque quizás también a la de todos. Los euromisiles son, hoy por hoy, el único sistema de armas que garantiza esto.
Cuando en diciembre de 1979 la OTAN decidía desplegar 108 Pershing 2 y 464 misiles de crucero en cinco países europeos, lo hacía como continuación de un proceso de modernización de las fuerzas nucleares a su disposición y como una respuesta al despliegue de los SS-20 soviéticos, que, con su alcance máximo de 5.000 kilómetros, significaban un claro desequilibrio regional nuclear en favor de la Unión Soviética. Pero no sólo.
En realidad, el valor esencial que se les podía atribuir a los eu romisiles estribaba en su capacidad de ligar de una manera relativamente firme a europeos y norteamericanos en su capacidad. de reforzar y asegurar la escalada nuclear. Lo que los euromisiles venían a hacer era restaurar la confianza en la validez de la di suasión, nuclear y la consiguiente tranquilidad psicológica para el Viejo Continente. Esto era par ticularmente cierto para los Pershing 2, y en menor medida, debido a sus características técnicas, para los de crucero.
Un ataque convencional
La posibilidad de un ataque por parte de la Unión Soviética está en función de poder limitar el conflicto a lo convencional y químico, sin empleo del armamento nuclear por ningún bando La retirada de los euromisiles tal y como se ha anunciado supone hurtar a los aliados un elemento esencial de la escalada nuclear y por ende, de la disuasión. Minando la credibilidad de la respuesta nuclear sólo se abre la puerta al confficto convencional.
Hasta nuestros días, la ventaja numérica de las fuerzas del Pacto de Varsovia sobre la OTAN ha sido constante, y todo parece indicar que el desequílibrio no va a ir sino a peor en el futuro. No obstante, y de acuerdo con las valoraciones del Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, esta ventaja no es suficiente para tentar a la Unión Soviética a iniciar un conflicto. El éxito de un ataque estribaría en la alarma y velocidad del mismo esto es, en el factor sorpresa, y en la capacidad de anular el recurso al arma nuclear.
Si los euromisiles se retiraran sin haberse logrado un acuerdo previo sobre los de corto alcance, la Unión Soviética dispondría de la capacidad de asestar precisos golpes quirúrgicos sin emplear armas nucleares. Sin el peldaño intermedio en la escalada nuclear, sin los euromisiles, ¿contestaría la OTAN nuclearmente tras haber sufrido unas pérdidas limitadas por un ataque convencional de la Unión, Soviética?, ¿autorizaría el presidente norteamericano un ataque sobre la Unión Soviética cuando las fuerzas aliadas no pudieran detener el avance del Pacto de Varsovia con unas minas atómicas?
La única solución estable a largo plazo pasa hoy por la consecución de acuerdos de control de armamentos y no por soluciones militares. La propia experiencia de los euromisiles debería enseñárnoslo: lo importante es el repliegue, no el despliegue.
Y por primera vez en muchos años es viable un auténtico acuerdo de limitación de armamentos. Reagan lo quiere por razones de imagen y salud política. Gorbachov parece necesitarlo para su afirmación como líder renovador. Incluso los europeos podríamos ganar algo de cumplirse ciertas condiciones: básicamente, que se negocien paralelamente la retirada de los misiles de alcance intermedio y los de más corto alcance, que el acuerdo sobre los euromisiles no su ponga una posibilidad de retirada de otras fuerzas norteamericanas de Centroeuropa y que el hueco disuasor que dejan sus fuerzas nucleares intermedias sea cubierto de alguna forma por las potencias nucleares europeas. Francia y el Reino Unido deben reconocer que su seguridad pasa por la seguridad de sus vecinos y que, la disuasión mínima de la que disponen debe ser extendida al resto de los aliados.
De no ser capaces de asegurar intacta la credibilidad de la disuasión nuclear, sólo nos quedará a los europeos será el derecho al pataleo y a gritar: "¡Mr. Shultz, no se los lleve así, por favor!".
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