Olvidar a Galdós
El diario El Imparcial de Madrid, en la columna que cada lunes publicaba en él su director y propietario, José Ortega Munilla, concluía así el 18 de abril de 1887: "La noticia literaria de la semana es la aparición de una novela de Pérez Galdés: Fortunata y Jacinta. El lunes próximo hablaremos de esta nueva obra".El conocido crítico, figura principal en la vida literaria española de la época, "habló", efectivamente, el lunes siguiente, 25 de abril, de los recién aparecidos tomos editados en la imprenta La Guirnalda, la habitual de Galdós. De aquel número 12 de la calle de las Pozas, que corre paralela a la de San Bernardo, salían en aquellos días de mediados del mes los dos primeros tomos -de los cuatro que constituirían la novela completa-, y era esa primera mitad de la gran obra lo que se apresuraba a anunciar Ortega Munilla, adelantándose a todos. La imprenta estaba a tiro de piedra de la universidad, y aquélla y ésta quedaban a la vista a través del callejón de Pozas, que parecía hecho para comunicarlas.
Dos años hacía que Galdós no publicaba, y así lo recordaba Ortega, tras indicar que, si bien era frecuente ver en la vida literaria los intentos de los aprendices, un "pequeño oleaje", sólo de tarde en tarde surgía en la vida literaria una ola gigante que producía efectos y dejaba huella de su poder.
¿Quería esto decir que el crítico consideraba así los dos volúmenes aparecidos? No; cautamente, tras recordar que Galdós era autor de una larga lista de "gloriosas" novelas, escribe esto el crítico: "Aún es, pues, aventurado el juicio que sobre el último libro del maestro haya de formarse. Esperemos el final para hablar del conjunto". De momento proclama el comentarista su admiración por este don Benito que es "ahora, como siempre, rey y señor absoluto. Pinta y narra, describe y dialoga, mezcla la relación con las observaciones, haciendo, alarde de un desenfado artístico que sólo se logra cuando se ha llegado a la cima".
'Hartos de gloria'
Y al paso le defiende de mezquinos comentaristas dedicados a hallarle faltas de lenguaje, o a poner en duda la verosimilitud de sus narraciones, o a pedir aventuras sorprendentes, "sucesos", en lugar de la verdad que Galdés sabe darnos-, con frases duras dirigidas a quienes "ladran" contra Galdós; el comentarista alaba a quienes prefieren Zola a Montepin, o a Balzac al autor del Amadís. Un poco lejos se fue el crítico con este último ejemplo...
Aquí están -prosigue el comentario- Fortunata y el libertino, un nuevo estudio de un asunto viejo; pero donde cree hallar Ortega Munilla las mejores páginas es en la descripción -"pintura", según el obligado término de entonces- del hogar de la familia Santa Cruz. Ello supera, a su juicio, incluso a aquellos capítulos iniciales de las historias del comercio madrileño, parte "curiosa" ciertamente que incluye "ingeniosa muestra de estilo" en aquellas páginas sobre la pañolería de seda. Creación prodigiosa considera a Maximiliano Rubín, un noble insecto que conoce va a ser aplastado...
No es muy extenso el espacio de la columna de los lunes, y hay que concluir: "En cualquier país sería un acontecimiento nacional la aparición de un libro como Fortunata y Jacinta. Estudio tan notable de la vida comercial de un pueblo sería objeto de curiosidad y comentarios en todas partes, desde la bolsa al último tenducho. Aquí pasan las cosas de otro modo. Hemos convenido en no admirarnos de cosa alguna. Y ya tenemos la costumbre de ver cómo los escritores españoles se mueren hartos de gloria y pobres de dinero, y sin que nadie les haya hecho caso".
¿No es algo optimista el influyente crítico en alguna parte de estas ideas? Leamos la frase final a 100 años de distancia: "Toda la atención de la patria es poca para dedicarla a los prohombres políticos que nos van haciendo felices poco a poco". Hasta aqui el comentario orteguiano del 25 de abril.Percibimos en esta breve, y poco comprometida, presentación urgente de Fortunata y Jacinta, cautelas y ausencias del poderoso director de, El Imparcial, y una de ellas, creemos, elegante y significativa: la de no aludir a lo que sigue. Tres años antes, Ortega Munilla había publicado su propia novela titulada Cleopatra Pérez, relato de una aventurera que actúa como prostituta de lujo en el Madrid de la década de los setenta. El argumento, de úni bas novel al no es, ciertanien tel paralelo, pese al "aire de familia'" que muestran, y que es consecuencia de la época.Aburidaba en las letras el caso de la mujer de clase popular a la que hace un hijo un individuo de clase social más elevada. Pero ya es menos frecuente la coincidencia de qué, en ambas novelas, el niño fuera llevado a la inclusa o institución similar, y que final mente fuera reconocido por el padre verdadero. Y ya entra en lo sorprendente que en Cleopatra Pérez, un débil personaje apellidado Rubín -con familiares precisamente en la Alcarria, por añadidura- fuera un paseante nocturno y misántropo, recorredor de calles y rincones solitarios, como lo sería el otro Rubín en la novela galdosiana.En ambos relatos este Rubín y el otro se apoderan de los ahorros hechos con los dineros de la madre adoptiva, en la novela de Ortega, y de la tía materna, en la novela de Galdós; dineros que en ambos casos van a parar a la mujer libre que engaña a ambos; sin quefalte el colofón de la locura en los dos Rubines. Demasiadas coincidencias para que no pensemos en una reciente lectura de Cleopatra Pérez por parte de Galdós, le lectura de la que pasaron recuerdos a su novela de Fortunata y de Maximiliano Rubín.
No hizo ninguna referencia Ortega Munilla, con natural elegancia, pero todo ello deja cabos sueltos y un pequeño enigma que sería curioso investigar y comentar.Estamos en,abril del año 1887. Galdós habla concluido la parte tercera de su novela en el mes de diciembre anterior, y dataría la cuarta, y última parte en junio de este, año 1887. Los cajistas de La Guirnalda trabajarían la composición de esta segunda mitad de la novela en la primavera y verano. En esos meses, don Benito realizó un largo viaje por Holanda, Alemania, Dinamarca e Inglaterra, con su gran amigo Pepe Alcalá Galiano, cónsul español en Newcastle, el puerto carbonero británico. Al regresar a Madrid, Galdás debió de hallar impresos los dos tomos finales, cuyas pruebas había corregido ya antes de salir a su excursión europea. En septiembre ya estaban en las librerías los dos tomos finales, y los cuatro en los escaparates, y Ortega Munilla, cumpliendo su promesa, se hizo eco de ello en el lunes del 26 de dicho mes. Pero no entra a fondo en la novela, y su comentario es un elogio al maestro y al realismo supremo, en el que domina como nadie. Estima el crítico que este realismo se explica bien en España, donde procede de la novela clásica, y que por ello no ha de sufrir aquí las reticencias que la novela naturalista halla en Francia. También refiere que Clarín ha recogido una opinión de Ortega sobre esta gran novela y, al parecer, se ha atribuido la prioridad en el comentario. Un tanto picado, el director de El Imparcial recaba tal prioridad y recuerda que, con apresuramiento, no esperó la publicación de toda la novela, sino que estampó un humilde juicio sobre ella desde que viera en las librerías los dos primeros tomos.
Un centenar de aficionados
Ortega repite ahora aquello del poco eco que tiene un libro en la vida cultural española, así como en los periódicos: "Reconozco que la Prensa dedica a las obras literarias menor interés del que merecen. Esto no es culpa de la Prensa sino del público, que aún no ha llegado a aquel grado de cultura necesario para entretener su tiempo leyendo un libro". Mientras el estreno de una piececilla sin mérito se comenta en exceso, "la publicación de cuatro tomas de novela del gran Galdós apenas si ocupa las conversaciones de un centenar de aficionados. ¿Quiénes se ocupan de libros en España? Sólo los que los hacen, y por ello va empapa do el juicio de ellos en cierto aro ma malsano de competencia".
El teatro es distinto, distrae a muchos, todo el mundo se ocupa de él, y lo mismo ocurre con un discurso de un orador, aunque sea orador, de segundo orden, y de ello se hace un asunto nacional. De Castélar mismo interesan mucho más sus discursos que sus libros, aunque estén "llenos de talento e inspiración. Es verdad que detrás de los libros no hay, credenciales, y detrás de los discursos puede haberlas. Éste sí que es naturalismo".
Para Ortega Munilla, ahora hace un siglo, estaba claro el "naturalismo" español, o sea, la capacidad para ver cuál, es la propia conveniencia.
Babelia
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