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40º FESTIVAL DE CINE DE CANNES

Las medidas de seguridad se multiplican con la llegada de los príncipes de Gales

El año pasado, atemorizados por posibles represalias terroristas a la agresión de Reagan a Libia, los norteamericanos se abstuvieron de venir a Cannes, pese a las fortísimas medidas de seguridad adoptadas en torno al festival. Este año, sin amenaza terrorista alguna, esas medidas se mantienen e incluso con la llegada hoy de los príncipes de Gales, se han multiplicado. Los festivaleros llaman al macizo palacio de La Croisette "el bunker". Un cerco de fuerza acoraza así a débiles imágenes cinematográficas.

ENVIADO ESPECIALEn el interior del laberíntico "búnker", los 3.000 informadores, más probablemente el doble de esa cantidad entre invitados profesionales y comerciantes de las 1.500 películas que se exhiben estos días en Cannes, se mueven aparentemente sin control, pero en realidad con cada movimiento predeterminado.Gendarmes, policías de paisano, ojos de circuitos cerrados televisión y un ejército de guardianes privados -todos, simbólicamente amparados por la presencia de unidades de la Marina francesa en la bahía- observan cada entrada y cada salida, cada rostro y cada gesto.

Da la impresión de que el número de vigilantes supera al de vigilados. El bolso de papeles de este comentarista fue registrado ayer cuatro veces en una hora. Cada puerta es una barrera; detrás de cada esquina asoma una cara larga; sentarse a ver una película tiene el sabor de una hazaña burocrática. Y, mientras tanto, en los centros neurálgicos del "bunker", el cine, cercado y acorazado, se debate contra su propia incapacidad.

Querer y no poder es la radiografía adecuada de lo que hasta el momento ofrecen aquí las pantallas. Hasta el momento, la sección oficial ha presentado 15 películas. De ellas, una -Ojos negros, de Mikhalkov- es magnífica. Cuatro -las de Stephen Frears, Paul Newman, Peter Greenaway y Suleiman Cisse- son buenas; y las diez restantes malas, cuando no pésimas.

Las dos últimas medianías llegaron ayer. Una se titula Shy people y es obra del ruso instalado en los EstadosUnidos Andrei Konchalovski. Otra es Bajo el sol de Satán, del francés Maurice Pialat. Son dos películas muy diferentes, pero igualadas entre sí por su quiebra íntima: sus respectivos autores hablan por los codos de lo que no saben.

Konchalovski, que convenció con su Siberiada porque conoce Siberia, no convence con su Shy people, porque en el mundo de los pantanos de Lousiana no es más que un turista. Misteriosos paísajes, buenos actores y una historia original se ahogan en pantanos y el tono solemne del relato desciende hacia el ridículo.

Por su parte, Bajo el sol de Satán, un intenso debate novelado del escritor católico Bernanos sobre la tensión agánica entre santidad y perversidad, visto por un hombre no católico como es Maurice Pialat resulta pocomenos que una estafa. Si Konchalovski hablaba en su película de territorios fluviales que no conoce, Pialat pretende meterse en territorios morales que no son los suyos. En ambas películas la puesta en escena está sobrepuesta al relato y, en el caso de Pialat, peor que sobrepuesta: cuenta una película con las armas de contar otra, en un alarde de insinceridad como hace tiempo no se veía en el cine.

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