Emiliano Suena
Un letrado que participa en el juicio de la colza en memoria de su mujer
Emiliano Suena está ya desdentado, tiene el pelo cano, pero completo, los ojos azules, la piel bruna por el sol y el viento zamoranos, y su voz suena cascada. Hasta junio de 1981 era un hombre feliz. Poco después, Amparo moría del síndrome tóxico. Por eso, el pasado 30 de marzo desempolvó sus libros de derecho y a sus 65 años se vistió por vez primera la toga para participar en un juicio. Ahora, en memoria de su esposa, se sienta cada semana como abogado acusador frente al banquillo de los procesados.
Emiliano recuerda a su mujer en cada momento. "Yo la quería mucho, por eso estoy en este juicio. Para que mis hijos no puedan decirme: 'padre, usted no estuvo allí porque no quería a nuestra madre".Amparo Anta tenía 56 años cuando en aquel mes de marzo de 1981 compré aceite a un vendedor ambulante. "Ella era una mujer muy espléndida, no compró el aceite porque valiera unas pesetas menos. Porque se lo llevaban a casa. Lo compré por eso. Yo llegué cuando lo estaban pagando. El vendedor levantó la garrafa y dijo: 'Aceite puro de oliva, del productor al consumidor'.
Amparo compró cuatro garrafas. "Siempre guardaba muchos kilos de azúcar, y de harina... Yo le decía que para qué, y ella que hay que prevenir, que mira el 23 de febrero, que podía haberse montado una guerra..., ésa era su costumbre". Entonces aún usaban las dos plantas del edificio de adobe. Antonio tenía 19 años y era el último hijo que quedaba con sus padres. María Concepción, de 25, casó años antes con el médico de Villamayor. Y José María, de 29, también había encontrado pareja. Ahora tiene 35 y es quien lleva la explotación agrícola y ganadera: 10 hectáreas, 120 vacas y 300 ovejas; con tres empleados. "Lo llevan mis hijos, yo ya no me meto. Ellos me dicen, padre, esto y lo otro, y yo no me meto".
Antonio también sufrió el síndrome tóxico. El muchacho hizo rehabilitación durante más de un año, hasta que se cansó y soltó: "Padre, ya no vuelvo". "Ahora lleva una representación de piensos para los 18 pueblos de la zona; pero no puede abrocharse un botón. Yo todavía tengo calambres".
Emiliano Suena llega a Madrid cada semana en tren. "Me apeo ahí en Norte y pregunto en los hoteles de alrededor. En uno me dijeron que 6.000 por una cama y me pareció mucho; en otro, 3.000; y me quedé al final en uno de 2.000".
No tiene familia en la capital: era hijo único. Por eso pudo estudiar Derecho en Valladolid. "Si hubiésemos sido dos hermanos no habríamos podido estudiar ninguno". Hace 65 años que nació en Villalpando (2.000 habitantes), y siempre vivió en su pueblo. "Y que no me saquen de allí. Además, los sábados parece Nueva York".
Sus hijos le pidieron calma después de que hace unas semanas protagonizara un incidente en el juicio con Enric Salomó. El procesado había recordado en la sala su propia tragedia personal, el asesinato de su esposa. Emiliano Suena no pudo contenerse. Saltó y dijo que él también había perdido a su mujer, y que además Salomó sabía quién era el asesino de la suya, mientras que él todavía ignora quién mató a Amparo. El público le aplaudió.
Pero eso ya pasó. El otro día, Emiliano caminaba por la Gran Vía y vio sentado en una terraza a Jordi Pich, que tomaba, solitario, un café con leche. El procesado inclinó la cabeza. Emiliano Suena le saludó también con un gesto. Y después siguió pensativo su propio camino de ida y vuelta a Villalpando.
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