Cultura e hipertensión
Salamanca recibió con luz, belleza y hospitalidad al futuro rey de Inglaterra y su esposa. De vez en cuando, una cigüeña surcaba el aire, camino de un campanario cercano. Parecía que, desde el principio, el príncipe de Gales conectaba con el añejo sentimiento cultural de esa ciudad hospitalaria. Lady Di, como de costumbre, practicaba el difícil arte principesco de apoyarse ora un pie, ora en otro, e incluso sacarse las reales extremidades de los zapatos blanqui-rojos, mientras la historia pasaba frente a su mirada azul.Sin embargo, los periodistas íbamos desvelando detalles inquietantes. Por ejemplo, desde que llegaron sus altezas reales, un caballero vestido de militar colonial -véase Pasaje a la India o bien el mismísimo Gandhi-, nos perturbaba a los periodistas. Bajo el sobaco, fusta, de las de espolear ejércitos. En la gorra de plato, una calavera con dos tibias, de metal cromado. ¿Por ventura se trataría de un heredero de Sir Francis Drake? No. Mucho más sencillo: es el mismisimo agregado de Defensa de la embajada británica en España, el major Robert Pearson. De momento, no ha producido daños.
En Salamanca, los príncipes recibieron una bandeja de plata finamente labrada, a modo de recuerdo. Un cuadro, que les regalaron en la universidad, y que fue hábilmente escamoteado de la curiosidad de los fotógrafos. Y una tanda de bailes charros y de actuaciones de la tuna que no se las salta un habitual a la Plaza Mayor de Madrid en los fines de se mana. Visitaron la catedral, y, en el museo, se extasiaron ante el maletín de campaña de su difunto compatriota, el duque de WeIlington. En las calles, habían sido objeto del fervor de una población en fiestas -conmemoración del día de la comunidad de Castilla-León-, que alegremente les vitoreaba, y de bastantes súbditos ingleses, estudiantes en Salamanca, que gritaban: "¡Charlie! ¡Charlitos!". Este mismo grupo respondió cantando las «primeras estrofas del himno nacional británico, cuando un grupo de decrépitas damas y de jóvenes engominados lanzó al aire octavillas que reclamaban "Gibraltar español" -"monkey go home"-, firmadas por Falanges Juveniles de España.
En la universidad, los príncipes tuvieron que mezclar la cultura con la hipertensión, aunque seguramente no se enteraron. Se estaba celebrando un congreso sobre el tema, y medio centenar de especialistas reunidos en el paraninfo, que querían saludar, o por lo menos contemplar, a la principesca pareja, se vieron obligados a quedarse en su sitio. Seguridad obliga.
Los príncipes de Gales estuvieron acompañados en todo momento por las infantas, comieron en la residencia Fonseca -ya saben, "triste y sola..."-, y, por último, como supremo acto de bondad, presenciaron la actuación de la tuna. Entre tanto, Prensa y servicios de seguridad británicos seguían machacando a los periodistas españoles, y acabamos, quién nos lo iba a decir, confraternizando con nuestra propia policía.
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