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La casta del 'bailaor' ante la muerte

El artista muerto el lunes de una puñalada, Enrique Esteve, era un bailaor de mucha casta. Estuvo desde niño cerca del toque, de la guitarra y de la bota claveteada.Su temperamento, bien diferente del de su hermano carnal Antonio Gades, tenía fuerza y garra, aunque la mayor parte de su carrera se mantuviera a la sombra del talento y la personalidad del primero, siendo uno de los elencos fijos de su compañía desde se fundación.

Su aspecto físico distaba bastante de ese malentendio biotipo en que se acostumbra encasillar al bailaor. No era moreno, no era bajo, no era silencioso.

Al hermano pequeño de Antonio Gades se le vio en un papel solista de la obra Carmen y también en Bodas de Sangre, entre otras obras donde había demostrado un baile carnal, concentrado, queriendo retar al aire, desplantando cuando hacía falta sin miedo a las tablas, sin temor a nada.

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Muchas veces al propio baile flamenco se le relaciona con la tragedia. La esencia de la hondura está también en esa tensión secreta con la muerte, su fantasma y su presencia.

El dolor del cante, su profundidad emotiva, deben ser llevadas al baile en ese sentido dramático de la expresión donde el que baila aporta su vida. Como en el toreo la poesía la pone el matador, en el baile todo los riesgos caen sobre el que danza.

Algunos de los mitos y bailes capitales de la tradición flamenca están relacionados con la muerte escénica.

Bodas de Sangre y Carmen -justamente las dos obras que le permitieron salir al escenario en calidad de solista- culminan su hilo argumental con la sangre y la propia muerte, en una motivada por el amor, en la otra por la venganza.

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