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Antes y después

La característica dicotomía defendida por los grupos trotskistas que diferenciaba a las organizaciones políticas entre bases generosas y combativas, por un lado, y una burocracia a la que los intereses corporativos impedían el avance de la revolución, por otro, pocas veces ha sido tan fácilmente aplicable a un acontecimiento histórico como el mayo francés de 1986.Mientras para sus auténticos autores era una explosión juvenil y espontánea de descontento ante una situación política, pero que trascendía con mucho la propia lógica política, para los protagonistas más destacados, los que intervenían en el debate ante las cámaras de la televisión francesa, el efecto era un fortalecimiento de las corrientes más extremistas y autoritarias del pensamiento de la izquierda, tales como estalinistas, maoístas, trotskistas, etcétera.

Acaso la explicación sea que al ser el Partido Comunista Francés (PCF) la más importante organización polífica a la sazón, se achacaba a este partido que el mayo no se transformara en el primer octubre victorioso en Europa occidental. De manera que todo el lenguaje que intentaba explicar tanto la explosión revolucionaria como su no triunfo se hiciera dentro de la tradición cultural comunista. Tradición que desde la perspectiva actual resulta a todas luces insuficiente.

Lo cual llevaba a reivindicar a los héroes de esta tradición que en los años de Jruschov aparecían como heterodoxos: Stalin, Trotski, Mao, etcétera. De manera que reforzó una de las paradojas más curiosas de la izquierda europea: su manía por tomar como modelo de transición al socialismo procesos políticos que se dan en países no industrializados y, por tanto, sin proletariado.Funerales

Pero al margen de lo que significó el mayo francés para estos grupos florecidos a su socaire, este acontecimiento levantó una ola de mucho más aliento.Ola que aquellos años resultaba menos perceptible desde la España franquista y mucho menos captable desde Euskadi, donde aquellos meses precisamente la revolución, lejos de identificarse con fiestas, alegría y espontaneidad, comenzó a confundirse con la muerte y la violencia y tuvo su máxima expresión en los funerales.

No en vano mayo de 1986, en Euskadi, para muchos jóvenes fue sobre todo la víspera de la muerte de Txabi Etxebarrieta. Mayo de 1986 no explica todo lo que ha ocurrido desde entonces en la cultura de izquierda. Pero sin él no se comprende la evolución de los planteamientos políticos de la izquierda.

No es casualidad que el único líder del movimiento revolucionario que sobrevive, hasta el punto de que es para no poca gente la única identificación del mayo francés, sea Cohn Bendit, el único líder que entonces era anarquista. Porque lo perenne, tal como lo vieron las bases que lo protagonizaron, ha sido la revuelta contra el autoritarismo y el dirigismo, no sólo del Estado y del Gobierno, sino también de los partidos políticos.

El dar una dimensión nueva y más compleja a la acción política, que no se ve como una mera técnica de llegar al poder, sino como una acción que busca una transformación de la sociedad. comenzando -como no podía ser de otro modo- por la propia acción política, es decir, los partidos políticos.El fin del complejoY, curiosamente, es esa ola la que ha ayudado a poner a la izquierda europea sobre sus propios pies buscando la transformación democrática de las sociedades capitalistas avanzadas y dejando de ser la izquierda resignada con complejo de culpabilidad por no llevar a cabo las hazañas de pueblos del Tercer Mundo con problemáticas muy alejadas de los países industrializados.

Pueblos que precisan de nuestra solidaridad, pero que difícilmente pueden ofrecer modelos a imitar.

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