Pánico ante el altar
Los CHOQUES violentos que estallaron en la gigantesca concentración en el parque O'Higgins, de Santiago -cerca de un millón de personas-, han conmovido a la opinión pública. El espectáculo de personas pisoteadas o agredidas a pocos pasos del altar donde se hallaba el Papa demuestran que existe una situación límite. Las causas no han sido del todo aclaradas. Un grupo violento, felizmente poco numeroso, cometió ataques indiscriminados, contribuyendo a sembrar el pánico. Pero no se puede olvidar que la causa fundamental de la violencia, tanto en este caso como en otras muchas manifestaciones que se han sucedido estos días en la capital chilena, ha sido la presencia masiva de la policía y su actuación agresiva. El jueves pasado, un joven fue muerto y otras personas heridas por la policía cuando ocupaban unas chabolas en Santa Mónica.El dictador Pinochet pretende impedir que el pueblo exprese su voluntad de democracia. Pero eso es ya imposible. Juan Pablo II ha podido comprobarlo a cada momento.
La realidad es que hoy el factor decisivo que origina fenómenos de violencia en la sociedad chilena reside en la continuación de la dictadura de Pinochet, que recurre cada vez más a la represión a medida que se generaliza el anhelo de libertad y democracia. Si esta situación no tiene su solución normal en una transición democrática, es inevitable que surjan actitudes de desesperación exacerbada, con las graves consecuencias que ello puede entrañar en un país humillado y cansado de sufrir.
No cabe subestimar el valor de las afirmaciones del Papa en favor de la democracia y de un clima de diálogo y concertación. Su presencia ha contribuido al éxito de la mediación de la Iglesia, que ha permitido poner fin a la huelga de hambre de los presos políticos, prolongada en algunos casos 38 días. Reviste singular trascendencia el hecho de que Juan Pablo II haya conversado con dirigentes de los partidos de la oposición, incluido el partido comunista. Es un acto de reconocimiento de una realidad política que existe a pesar de las prohibiciones dictatoriales y de las presiones de Pinochet para impedir ese encuentro. Cabe esperar que esta coincidencia entre tendencias dispares tenga continuidad y contribuya a un acuerdo de la oposición para encauzar la lucha por la democracia. El país necesita esa concordancia amplia.
Pero, en definitiva, el firme compromiso de la Iglesia chilena con las libertades se ve reforzado con esta visita de Juan Pablo Il. Las escenas de ayer, vistas en las pantallas de televisión de todo el mundo, son harto elocuentes de la imposibilidad de una convivencia pacífica en Chile bajo el régimen de Pinochet.
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