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Tribuna:MOCIÓN DE CENSURA
Tribuna
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El debutante

Al degollar su discurso, Antonio Hernández Mancha tuvo un brillante rasgo de inteligencia. Quizá tuviese más; quizá su grupo, o los populólogos -según palabra que su portavoz, Calero, acuñó- encuentren otros. No estando en ninguno de esos supuestos, el espectador no encontró nada más en el debutante.Pero ese rasgo de saltarse páginas, de comerse párrafos, de irse velozmente hacia el final de lo que se suponía un programa maduro, concreto y preparado de gobernar este país, da al optimismo y la bondad la sensación de una cierta capacidad para medir su propio naufragio oral y arrojar lastre. El nuevo, el debutante, se aburría él mismo leyendo lo que sus colegas habían metido en su enorme carpeta verde: leía sin convicción, y la que tuvo al principio se le iba quemando con el paso de los minutos; leía como esos pequeños actores de comedias que no saben bien lo que van diciendo, lo que el remoto autor ha escrito.

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Un lector. El mesías se estaba quedando en eso: en un lector, y no precisamente bueno. La imagen del outsider velocísimo y astuto, del picamaderas de agitada cresta que horadó el roble viejo de AP, se había quedado atrás; alguien -¿él mismo?- se la cambió ayer para que pudiera tener la envergadura de un candidato a la presidencia del Gobierno. Apenas le quedaban algunos vocablos del neopopulismo de otros tiempos: "currantes", "el gallo de Morón"... pero no daba el peso. Había demasiadas disonancias. Cuesta trabajo escuchar leer en primera persona y apoyar su énfasis en expresiones como "mi Gobierno", "mi programa" a alguien que se ha privado tan rápidamente de su propia personalidad, o de la que ha ofrecido hasta ahora en su carrera.

No parecía que los posesivos surgieran realmente de un creador, sino de una colección de carpetas lenta y cuidadosamente rellenadas durante los pasados años por los escribas de AP, con su tradicional dureza de oído para los tópicos que ellos mismos han creado, y que tanto trabajo le había costado a Fraga hacer creíbles para, al menos, unos millones de personas. Fraga trabajaba bien el tópico: hacía de él una materia dura, inalterable, le daba una solidez que parecía perpetua. Hasta para el tópico hace falta tener talento.

Los ingleses llaman al primer discurso de un parlamentario maiden speech; una doncellez que se pierde. No es el caso de Hernández Mancha, que es senador; pero éste era su primer discurso en el Congreso, y estaba dando la sensación de que sería el último después de este debate, o hasta otra legislatura. No se puede hacer ese pronóstico después de haber perdido de esta manera su doncellez; sin placer y sin alborozo. Sin esperanzas de engendrar: no en esta moción de censura, desde luego, sino en el futuro.

Aun sentado en su escaño mientras escuchaba a Calero, con la barbilla en la mano, pudiera representar la imagen del pensador de Rodin -aunque con otra configuración craneana-; aun en los prolegómenos espontáneos antes de dar paso al texto de la carpeta verde que contenía su propia perdición, se podía imaginar la posibilidad de un líder. La fue perdiendo poco a poco; fueron los escaños quedándose vacíos mientras leía y leía, fueron aumentando los murmullos de los que hablaban de sus cosas -reñidos un par de veces por el presidente del Congreso-, fue empequeñeciéndose su figura mientras perdía peso específico: el peso del líder.

Queda el beneficio de la duda. Queda por saber si le van a dar tiempo los suyos a hacerse un poco más, a ser un poco más libre dentro del armazón del partido, que trata de hacerse más duro cuanto más se desmorona; y queda por saber sí, conseguida esa libertad, le va a servir de algo. Queda por ver si el debate se revuelve sin atrocidad, se revela como un parlamentario, aguza una inteligencia verbal que pueda emparejarse con su audacia. Pero, de momento, no es un líder. No es más que un mal lector de carpetas que acelera su voz en los pasajes que parece no comprender; que mete las manos en los bolsillos y se mueve de abajo arriba como si tuviese un suave muelle dentro, como los malos actores; que mantiene su voz aguda en un solo tono, que es una de las maneras más adecuadas para provocar el sopor.

El debutante tenía su oportunidad. Se le fue de las manos.

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