Encierro político de los 77 obispos griegos
ENVIADA ESPECIALLos 77 obispos de Grecia, además de boicotear con su ausencia las celebraciones del próximo miércoles, fiesta nacional de Grecia, permanecerán encerrados en el templo ateniense de San Pantaleón para hacer patente su protesta contra el proyecto del Gobierno socialista de nacionalizar las tierras de la Iglesia greco-ortodoxa. El arzobispo Serafín, su jefe supremo, asistió ayer a un majestuoso oficio de difuntos que se celebró en la catedral de Atenas y durante el cual se leyó una homilía -firmada por él mismo- en la que se exhorta a la juventud griega a cerrar filas en torno al clero y a no hacer caso de "extrañas ideologías ajenas a nuestras tradiciones".
El fallecimiento de un jerarca de segundo rango con sede en la isla de Patmos, cuyo hermano se empeñó en que se le hiciera el funeral en Atenas, en la horrenda catedral que se alza junto a un precioso templo del siglo XI dedicado a San Eleuterio, proporcionó al arzobispo Serafin una ocasión de grana y oro para demostrar el poderío del estamento que representa.La catedral se llenó hasta la bandera de un público decidido a ratificar su apoyo a las posiciones del clero, cuyos portavoces insisten en que sólo la Iglesia entregará directamente al pueblo las 130.000 hectáreas que el Gobierno socialista de Andreas Papandreu pretende arrebatarles.
Sentado en una especie de trono decorado con todo el santoral, el arzobispo permanecía inmóvil como un exvoto, exhibiendo cetro y medallón de oro, verdaderamente pesados los dos, como si su persona representara en esos momentos -tres horas largas- el augusto poder que va más allá de la muerte y está por encima de los asuntos terrenales, incluida la reforma agraria.
Oficio distraído
Realmente, para ser un oficio de difuntos resultó de lo más distraído. Tienen razón los griegos al defender su religión. Para hacerse una idea: dos coros de varones -las mujeres no cantan, en esta religión también son sujetos pasivos- vestidos con una suerte de toga negra ribeteada de rojo en el cuello; dos curas oficiando en el altar y otros en las gradas, con tres cirios encendidos a modo de manojo en una mano y con una voz de barítono que para sí la quisiera Joan Pons; gregoriano por todo lo alto, hasta el punto de que daban ganas de interrumpir con ovaciones; ramitas de romero de la paz distribuidas a la entrada; constantes efluvios de incienso y, lo que aún es mejor, un ir y venir de la gente, una estimulante a la vez que piadosa anarquía, una ejemplar promiscuidad entre público y oficiantes. Entre entrar, salir, pasear, rezar, arrodillarse, levantarse, santiguarse, besar los iconos y admirar los cánticos, las tres horas se pasaron en un soplo, y sólo cuando los monaguillos ofrecieron el cepillo -costumbre, la de pedir, que al parecer es universal- algo inesperado ocurrió.
Lo inesperado
Ocurrió que pater Dimitrios, el titular de la catedral, dio inicio a la homilía que el propio arzobispo SerafÍn había escrito para la ocasión. Entonces surgieron periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión de debajo de los bancos. No era para menos. Puesto que lo importante no era el difunto, cuyo nombre nadie se sentía capaz de recordar, sino el hecho de que Serafin iba a referirse a la tensa situación existente entre la Iglesia y el Gobierno a raíz del discutido proyecto de ley. No hubo acu saciones directas, sólo veladas alusiones.El arzobispo, en su homilía, convoca a la juventud a una semana de charlas y conferencias espirituales y la exhorta a que no se deje llevar por "extrañas ideologías ajenas a nuestras tradiciones, que pueden atraer por su aparente vanguardismo, pero que son contrarias a la religiosidad propia del pueblo griego".
Mientras el padre Dimitrios leía, el arzobispo Serafin se atusaba las barbas escondiendo una sonrisa de triunfo. Los fieles asentían cabeceando. Al final se distribuyó la comunión.
A la salida de la catedral, unos jóvenes distribuían octavillas anunciando que el Papa de Roma va a visitar Atenas para apoyar a su colega grecoortodoxo, y otros nos anunciaban la celebración de una conferencia de prensa por parte de la Iglesia para el mediodía de hoy, lunes. Los 77 obispos siguen manifestando su oposición al Gobierno, y la harán patente encerrándose el próximo día 25, fiesta nacional, en la iglesia de San Pantaleón. Como amenazaron, ningún oficio religioso acompañará las celebraciones.
Durante la mañana de hoy, hasta que hablen con la Prensa, el santo sínodo permancerá reunido en el monasterio de Petraki, en donde tiene su sede administrativa. Monasterio que, dicho sea de paso, según el semanario gubernamental La Tribuna, posee 170 hectáreas de canteras de mármol en el monte Pentélico.
Los comentaristas dicen que ha estallado la guerra contra el Pasok, el partido socialista de Andreas Papandreu, y que detrás de la Iglesia está la formación derechista Nueva Democracia. Pero como ésto es Grecia, nadie está seguro de quién ha disparado la primera bala.
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