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Reagan aborda a la defensiva su primera conferencia de prensa tras el 'Irangate'

Francisco G. Basterra

Los norteamericanos tuvieron esta madrugada una de las escasas oportunidades de ver en funcionamiento la mente de Ronald Reagan -cuya capacidad y estado de alerta han sido puestos en duda-, en la primera conferencia de prensa desde que, hace cuatro meses, estalló el escándalo del Irangare. En este período las cosas no han rodado bien para el presidente, que continúa a la defensiva, paralizado por revelaciones cada día más escandalosas.

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Horas antes de su comparecencia pública, a las ocho de la tarde de ayer (dos de la madrugada de hoy, hora peninsular española), Michael Deaver, íntimo amigo de los Reagan, confidente de Nancy y arquitectó de sus éxitos en el primer mandato, fue procesado por cinco presuntos delitos de perjurio. Puede ser condenado a 25 años de cárcel. El procesamiento de Deaver, que hasta 1985 fue jefe adjunto del gabinete presidencial y hombre encargado de vender, con éxito, la magia de Reagan, es un reflejo de la descomposición de los personajes que tomaron el poder en 1980 para realizar la revolución Reagan con la promesa de que "América no tenía límites".Deaver ha sido acusado de mentir, bajo juramento, a un gran jurado y al Congreso. Tras abandonar la Casa Blanca, hace dos años, Deaver montó una empresa de relaciones públicas, y de la noche a la mañana se convirtió en multimillonarío, aprovechando sus viejas relaciones con la Administración.

Gobiernos extranjeros, de Corea del Sur, Canadá o Arabia Saudi, querían ser sus clientes, lo mismo que grandes empresas, como TWA o Rockwell International. Deaver vendía favores y acceso al más alto escalón del Gobierno que acababa de abandonar. Les ponía en contacto con el presidente, facilitando entrevistas, o con altos cargos de la Administración, como George Shultz, la ministra de Transportes, Elizabeth Dole, o los ex consejeros de Seguridad Nacional Robert McFarlane y John Poindexter. Una ley federal prohíbe que los ex funcionarios trafiquen con influencias con la Administración hasta después de un año de haber dejado el Gobierno.

Deaver no tuvo en cuenta esta preocupación. Por ejemplo, trabajó nada más dejar la Casa Blanca a favor de Canadá en el tema de la lluvia ácida poco antes de que el presidente viajara a dicho país. Inmediatemente, el Gobierno de Ottawa firmó un importante contrato con la emprersa de Deaver. Corea del Sur le dio 475.000 dólares (cerca de 62 millones de pesetas) para que defendiera sus intereses, después de que Deaver facilitara a un miembro del Gobierno de Seúl una entrevista con Reagan. Deaver también presionó al secretario deEstado para que favoreciera un tema fiscal de Puerto Rico, otro de sus clientes.Siempre que fue interrogado por un gran jurado y por el Congreso acerca de si había facilitado estos contactos, Deaver mintió. Ahora ha llegado hasta el Tribunal Supremo para detener su procesamiento, y afirma que no ha cometido perjurio. Los Reagan, a los que conoce desde hace 20 años, hicieron público ayer un comunicado en el que expresaban su simpatía y apoyo moral para su amigo. Hace sólo unas semanas, Nancy acudió a Deaver para que le aconsejara cómo desembarazarse de Donald Regan y afrontar el Irangate.'Programado' durante días

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De cara a la conferencia de anoche, Reagan había sido preparado, casi programado, durante dos días con sesiones simuladas, en las que contestaba a decenas de preguntas, elaboradas y formuladas por sus asesores. Antes de salir a la sala este de la Casa Blanca para enfrentarse a una Prensa que ha sido acusada de "sádica" y de pretender sólo derribar al presidente, no de obtener la verdad, Reagan sabía dónde se sientan los principales corresponsales. Tienen unas fichas con su situación en la sala y su nombre de pila y había visto ya por televisión, minutos antes de la conferencia de prensa, planos de sus inquisidores.Raramente concede preguntas a periodistas desconocidos, y siempre llama a las dos grandes agencias, United Press Interna tional y Associated Press, a las tres cadenas nacionales de televisión y a la media docena de pe riodistas más importantes. La conferencia sólo dura 30 minutos, improrrogables, y Reagan puede acortar el interrogatorio con una declaración inicial. Su portavoz, Marlin Fitzwater, calculaba ayer que el 95% de las preguntas serían sobre el Irangate y presumía de poder adivinar el contenido de ocho de cada 10 de ellas. Pero aun así, existía ayer temor en la Casa Blanca ante la actuación del presidente.

Su anterior conferencia, el 19 de noviembre, fue una catástrofe. Reagan confundió datos y cometió errores de bulto. "Nuestro objetivo con esta comparecencia es reforzar los sentimientos de simpatía y cariño que América siente por Reagan", explica su portavoz.

Se trata de oponer la imagen del simpático y afable anciano que quiere que se llegue a la verdad, pero no se acuerda de lo ocurrido, a la de una Prensa sedienta de sangre que trata de derribar a un político herido, pero aún muy popular.

Robert Dole, líder republica no en el Senado, resumió ayer de una forma algo patética lo que se esperaba de la conferencia de prensa: "Los norteamericanos lo que quieren ver es que el presidente está sano y es capaz de entender las preguntas y responderlas claramente".

Su política de apoyo a la contra sigue amenazada en el Congreso, aunque el miércoles consi guió una victoria parcial cuando el Senado, por cuatro votos, se negó a bloquear 40 millones de dólares (más de 5.000 millones de pesetas) de ayuda a los rebeldes antísandinistas. El discurso televisado pronunciado por Reagan hace unas semanas, en el que admitió su responsabilidad en los hechos, no ha sido suficiente para disipar el escepticismo, y la mayoría de los ciudadanos cree aún que el presidente no dice toda la verdad. El informe Tower describió a un Reagan que ha perdido el control de la Casa Blanca. Se suceden nuevas revelaciones que comprometen a prácticamente toda la Administración, y especialmente al vicepresidente, George Bush.

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