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El 'revival' del famoso artilugio

Si el doctor Condon, médico anglosajón de especialidad profiláctica, levantara la cabeza, quedaría gratamente sorprendido al comprobar que a finales del siglo XX una gran parte de la humanidad más desarrollada enarbola su apellido como una fórmula mágica de salvación universal. El revival del invento del artilugio gomífero, adaptado sobre la anatomía masculina en trance de interés erótico, representa el gran acontecimiento científico de nuestra era. Ni la penicilina, ni la vacuna antipolio, ni la insulina, ni tan siquiera los antibióticos más sofisticados son capaces de competir en originalidad y en audacia con el hallazgo de ese gran pionero de la ciencia médica moderna llamado Condon.Su descubrimiento fue, según cuentan, enteramente casual, como el péndulo de Galileo o la manzana de Newton. Parece ser que un desapacible día de lluvia en que salió de casa sin paraguas, halló el sabio en su camino una mula que iba tapada con una pieza de hule. Obsesionado por su especialidad médica, en vez de inventar el impermeable humano pensó en impermeabilizar uno de sus "flujos corporales", como lo ha llamado con admirable elipsis verbal el senador republicano Dannemeyer, vocero de las hijas de la revolución americana en California. La goma como primera materia, originada en la Henea brasilensis, dejó de ser usada en exclusiva por los fabricantes de neumáticos y pasó a tener un sitio preminente en la terapéutica protectora y preventiva del macho humano.

La aparición del SIDA, primero en el África central y luego en Norteamérica, fue transmitida desde allí también a Europa y utilizada inmediatamente como argumento decisivo por pastores atentos a defender del lobo sus ovejas, pero capaces de mandarlas al carnicero para que las mate. Aquellos pastores teológicos enlazaron el triste auge del SIDA con los desarreglos de Sodoma y los descarríos de Gomorra. Allí hubo también castigo atómico, según las modernas interpretaciones del texto bíblico; aquí la sanción es, por ahora, una enfermedad dolorosa, irreversible e incurable. No se conocen los antídotos del virus, que es, además, mutable, es decir, inteligente y capaz de disfrazarse de cuando en cuando para despistar a los laboratorios.

Se dijo al principio, con la intención de tranquilizar a los ciudadanos norteamericanos más privilegiados, que era un castigo aplicable tan sólo a los negros e hispanos por culpa del color moreno de sus pigmentos. Y hasta ahí todo fue bastante bien; pero en éstas estábamos cuando empezaron a caer blancos y, lo que es peor, blancas. Y aun actores de Hollywood y amigos de los Colby.

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Era preciso hacer algo. Los teólogos iniciaron una campana pública propugnando un remedio radical: la abstinencia sexual y la rotunda fidelidad a la heterosexualidad. Representaba ello el triunfo del fundamentalismo religioso, tan arraigado en Atlanta y en Teherán y menos, a lo que parece, en el Palmar de Troya.

Pero he aquí que surge un disidente que suministra otra solución complementaria. "Todo eso está muy bien", dijo, "pero, ¿y si no se resignan algunos? ¿No habrá otra solución más razonable?". Y así empezó el revival del doctor Condón. Un párroco neoyorquino abrió el fuego. Tras exponer los argumentos abstencionistas, se sacó de la faltriquera un sobrecito de plástico y lo exhibió a las gentes que llenaban dominicalmente el templo. "He aquí otra fórmula providencial", explicó. "Aunque haya caído en desuso, sigue siendo válida, pues no han cambiado mucho ni el tamaño ni la forma del instrumento a envolver. Que se acerquen al altar, los hombres primero, para que les entregue un ejemplar a cada uno, con una hoja aparte en la que van las instrucciones para su correcto uso. Con este reparto comenzaremos una gran campaña de concienciación ciudadana para hacer frente a esta plaga que nos amenaza".

El revival del doctor ha estallado en el mundo económicamente desarrollado con la fuerza que hoy tienen las modas nuevas. El cirujano general, o sea, el ministro de Sanidad norteamericano, Everett Koop, ha pedido al Congreso anunciar intensamente en las cadenas de televisión esos artefactos estirables como los chicles que pronto van a ser de utilización tan frecuente como éstos. Por supuesto, se hará publicidad, con un manual de instrucciones para su uso: "No deben consumirse oralmente", pues después de tantos años se ha perdido la costumbre y se corre el riesgo de que se confundan con goma de mascar. Es como si se volvieran a poner de moda los triciclos para transitar por la ciudad, tras tantos años de abandono, o volvieran las yuntas de bueyes para arar los campos estadounidenses.

Naturalmente, hubo reacciones diversas entre los parlamentarlos. Dijeron algunos que podía resultar ofensiva para las mejores familias la exhibición televisiva de tales cachivaches; opinaron otros que ciertas cadenas de televisión pondrían objeciones, y hasta un senador conservador exclamó airadamente: "Pues si anuncia usted eso, ya me dirá dónde quedan la abstinencia y el ayuno". La polémica no está, pues, cerrada, ni mucho menos. El cirujano añadió que entre los negros y los hispanohablantes es, hasta ahora, donde mayor número de víctimas se registra. "Son los inmigrantes hispanos quienes más intensamente se dedican al comercio intersexual", añadió.

La señora Thatcher ha dudado bastante en hacer compatible el cachirulo de látex con la caja televisiva, pero finalmente autorizó la propaganda de su venta y puso en circulación la de tipo gubernamental, que dice crípticamente: "No mueras por ignorancia". Admirable eufemismo femenino, lleno de ternura hacia el apresurado varón.

Gonzalo Torrente Ballester, especialista en mujeres galaicas y en tangos argentinos, sostiene que el doctor Condon no inventó nada nuevo, pues el Ciprianillo mágico contenía ya una descripción del mismo dispositivo, que era entonces de caucho. No lo sé, pero pienso que sería interesante y muy patriótico explorar ese aspecto y, si cabe, reivindicar para san Cebrián el Mago la paternidad del asunto y no dejar que, como siempre, se lleven todo los anglosajones. Tal vez ganáramos así, al mismo tiempo, alguna indulgencia, plenarla o no, de las que tan necesitados estamos a causa de nuestros escasos méritos.

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