El ángel
Pavlovsky es un ángel, un querubín locuaz y borracho de vida que se escapa de vez en cuando de los cielos para provocar sonrojo y ternura en los montajes. En esta ocasión, más que un espectáculo, ha montado un sueño de colores en el que integra magistralmente al público, incluso al curtido público de un estreno. Para conseguirlo, no se han ahorrado esfuerzos técnicos ni imaginación: un sonido perfecto, un espectacular alarde de iluminación y coregorafía, una locura de vestuario, sombreros, pelucas, lentejuelas, nubes multicolores y sorpresas estrambóticas.Hay algunas secuencias memorables en este sueño: un coro felliniano de ancianas infiltradas y puestas en pie canta un fragmento de Nabucco; y parece como si el fantasma de nuestras abuelas hiciera irrupción en el teatro para incitarnos a perder la vergüenza. En otro momento, Pavlovsky consigue formar un cuerpo de ballet con 17 personas del público. Un espectador es obligado a hacer de tenor de ópera para anunciar la aparición de Carmen, la de Bizet, y Pavlovsky explica la triste historia de la heroína: "Amaba tanto, tanto, tanto, que, la mataron por puta". Tras declarar con toda seriedad que no tocaría a ninguna señora, por más que se lo implorara, Pavlovsky hace un paseillo triunfal por la sala palpando impunemente los pechos de las señoras; de repente, se detiene dubitativo con las manos en los senos de una dama, sopesa las glándulas y declara al respetable: "Esta teta la conozco yo de Barcelona".
Éste es mi lugar
Idea, guión y dirección general: Ángel Pavlovsky. Teatro Martín, Madrid. Desde el 14 de marzo.
Al final no hay apotesis de plumas; y marabús, sino de soledad sonora y de ternura, como en las películas de Charlot.
Babelia
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